La poesía que viene de la madre. Pequeña nota sobre “Árbol que crece torcido”, de Rafael Castillo Zapata, a propósito de su cumpleaños.
Todos los que tuvimos la oportunidad de ver clases con Rafael Castillo Zapata coincidimos en algo: en las aulas, es alguien que habla poco de su obra. El año pasado se publicó la reedición de su primer libro, Árbol que crece torcido, de la mano de Kalathos Editorial, reedición que muchos aplaudimos y apreciamos.
A pesar de haber sido un año para celebrar su obra, en clases se habló poco de ella. Como profesor, siempre buscó la manera de no hablar de sí mismo. Guía, profesor y facilitador, lleva sus clases con modestia y sólo es capaz de hablar de sí mismo cuando participa en los mismos ejercicios que él crea para que nosotros aprendamos a expresarnos. Hablar de Árbol que crece torcido es hablar de un himno que nació para revisar nuestras historias personales y hallar allí la poesía.
Lirismo confesional, pasajes autobiográficos y versos cargados de honestidad son parte de las características de esta primera obra. Lo familiar, el paisaje urbano y las relaciones interpersonales forman los episodios que utiliza el autor para trazar este libro, libro que además se enmarcó en el momento histórico de la irrupción del Grupo Tráfico, cuya aparición sorprendió a todos por comenzar con la famosa frase “Venimos de la noche y hacia la calle vamos”. Eso es, precisamente, parte de lo que enmarca a la poesía de Rafael Castillo Zapata, la necesidad de la confesión lírica, la necesidad de desafiar al abismo y convertirlo en canto de guerra. Él viene de la noche y hacia la calle va, todos los días, celebrado y recordado por todos los que devoran sus libros en busca de la luz.
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Árbol que crece torcido (1984). Rafael Castillo Zapata.
I
A mi la poesía
me viene de mi madre
que más que nada fue costurera
pero escribía poemas en secreto
y lloraba en verso sus amores contrariados
copiaba a Nervo y a Darío en cuadernos empastados
con una perfecta caligrafía enamorada
hay lágrimas por eso en sus cuadernos
lloviéndole la tinta a cada rato
hay zanjones hechos con la pluma en cada página rota
acaso por la desesperación de amar a su novio tanto
entre el ruido aplacado de la Singer y las rimas de Bécquer.
Victoriosa en su llanto
porque antes las mujeres se defendían así
a fuerza de llanto y de morir calladas
un poco más de mundo digo yo
y un poco más de escuela
hubieran hecho de ella
una Juana de Ibarbouru mía
una Gabriela Mistral en casa
una Enriqueta Arvelo
una Alfonsina Storni en la familia.
II
De tanto estar en azoteas de pequeño
llevando sol entre la ropa tendida en lo más alto
es que deben venirme estos relumbrones de la mente sin aviso
estos encandilamientos que me dan de golpe y me devuelven
a los perros poderosos que tuvimos -cazadores callejeros
Pizzirilo y Negrito y sus ladridos claros
devoradores de chancletas de cálidos hocicos
o a los papagayos y a la pepa y palmo
y al rayo y caballito que jugamos
en un patio de tierra al fondo -sin coleo y sin temor
o al viejo Dogde de dos puertas vino tinto -que teníamos brillando
del lavado del domingo y del pulirlo afuera
sobre la acera larga del frente familiar
y al mecánico «toero» de mi padre oficinista
metido siempre de cabeza -entre las tuercas y la lata
bajó el capó meditabundo
hay grasa en las bujías falla el freno
el trueno acelarado el croche – el ruido ronco del escape del motor
o a la pinta de las FALN borrosa me devuelven a los tiros
pidiendo libertad par Fabricio Ojeda sobre un muro en letra roja -guerrilleros
y al «Tome Hit» de la bodega de un costado
un muchacho en una esquina -fuma un Lido
y a las carruchas despeñándose por esas calles en bajadas -a los patines
y a los asaltos al abastos
y al métase temprano para adentro -a los domingos
del cine Avila y cotufas y de sol
y a un primo de uno entonces -melenudo y callejero
lo agarra en una redada La Recluta y se lo lleva por bandido
por andar jugando de noche hasta tan tarde
en una de esas legendarias
caimaneras de béisbol
y aquella noche se traga amarga la mortadela frita
porque el que falta no llega -el compañero fijo
el jonronero el todo el goleador
y se juega ludo bajo la lámpara monopolio bingo
con el televisor encendido para que vean El Zorro – y se distraigan los
muchachos
y luego el programa de concursos mientras comen
y un palo ensebado y un locutor ridículo el señor se gana un radio
y este aceite no brinca porque es Branca, señora si no brinca
y hay que abandonar los lápices sin haber resuelto nada en el cuaderno
y luego la novela de las nueve
y el noticiero de las diez Viernam que arde el humo del napalm
mientras pasan las horas y él no llega
y cine para adultos y mensajes en la noche y náa
hasta que el viejo Dodge de dos puertas vino tinto -se sienta que regresa
(con que júbilo loco de corneta a medianoche
se escucha aquel frenazo con chispa en la parada seca)
que nos devuelve al primo bravo al héroe
con el pelo rapado y una mueca de rabia en la sonrisa
que no le duró empañada sino el tiempo
que le tardó en crecer de nuevo
la melena fuerte la alegría a este sansón.
Y así como si nada en sus bluyines
volvió a tener de loco la misma facha de bandido
de atlético peludo pendenciero los mismos ademanes
la misma cara -el mismo sobrenombre
del malandro retador
III
Yo te pegaba encendido con una furia exacta de madre en la correa
hijo mío de embuste que inventaba de golpe yo y porrazo en la pared
para vengarme de las vaya palizas de mi madre quién dijera
por mi bien que me daba mi madre si supiera
al árbol torcido que enderezará jamás
y te inventaba moqueando de gemir qué bravas injusticias en medio de mi
llanto
y eras la pared a mano convertida a juro en compañero
sobre la que descargaba furibundo yo mi látigo y te daba
igualitos los sermones que me daban
y toda mi rabia entonces se desataba en tí
porste de una esquina blanco del desquite
puerta de escaparate atravesada
palo de escoba o de haragán tu eras por el medio que partí
en todo te convertías madera de mi furia
paño de lágrima al lamento que acababas
serenándome a la larga ya de tanto correazo
manotazo
coscorrón
porque no quería aprender a multiplicar como debía la tabla bárbara del nueve
porque no conseguía debajo de la cama
el compañero izquierdo de mi otro ortopédico zapato en un descuido
o a lo mejor porque volvía
de la calle con un vuelto fallo o la rodilla rota o la camisa
con un botón de menos la traía
o con un morado enorme regresaba de un traspiés
digo yo por eso por mi bien que recibía
merecido aquel castigo por el patio
por todita la casa en estampada
con los palos de la rabia por detrás
perseguido por mi madre hecha un furia una medusa -quién la viera
transformada en un verdugo con rollos en el pelo y en la mano el cinturón
y tú me recibías ubicuo el solidario
lobato siempre listo dondequiera aquel consuelo
sanasana
abracadabra
guarimba
cielo
culito de rana compasivo por la espalda en la caricia
socorro a punto en el bolsillo duradero de la nalga con dolor
soportando fiel donde quisiera
mis mentadas de madre por lo bajo
mis burdas palabrotas entre diente
sin que nadie supiera -sino tú.
IV
Las que siempre terminan por sostener el techo en la penuria bajo los palos del
agua
que amenudan el miedo y la gotera y la ventisca
las de brazos como vigas
como mástiles los brazos como horcones lavanderas
empinadas las mujeres
las mujeres de la casa son el alma del tentempié
de repuesto la madera siempre como tranca que se toca que bendice
sustentoras del postigo y de la mata de zábila en la puerta
y de la palma bendita en lo alto de la cruz
las duras platabandas que espantan la intemperie que llovizna cuando brisa
y cargan con el peso de la casa cuando el sol se mete
para que el cielo entonces no se nos venga encima
mientras tienden las cobijas en las cuerdas de colgar.
Las que arden con la lámpara en el cuarto
junto al pecho de uno acoquinado
cuando nos quiebran esas asmas severas el gañote con martirio
que en su solícito mentol y en su quehacer alcanforado de esclava cabecera y abanico
con el tibio vicvaporú en el humo del que tiembla en la camita le hacen bien
porque amansan esos sustos del ahogo en la cercana muerte que aparece
del niñito con un duérmase mijito
con un sí dime cariño un ya está bien.
Fidedignas de nombres socorridos
lupes panchas lauras ligias, -monjitas santas de llamar
que esparcen tanto el incienso de sus risas
en tiritas módicas de aprecio
o en la curita que nos dan de un beso
por las mesas de noche atiborradas cada vez
y con la cucharita untuosas de jarabes a la mano y la emulsión de escot en la
repisa
tan a tiempo ahuyentadora de flatos cómo es que son el tilo tibio
profilácticas temibles
pedagógicas devotas
cielo atroz.
Son las que son por fin y es tanto
que quién se sostendría aquí dentro si no fuera
que por encima del polvo que se aferra a las gargantas los auxilios
los puñados tibios del ungüento le amanecen por doquier
sin abuelas digo
sin nana o sin poltrona que se haría
sin su buen montón de primas y sin tías ni miradas
sin estas taimas anitas de la hermana o de la madre
guarimbas de resguardo de dios cuando eres ere y ya te dan
faldas mansas que dicen cabelleras cobertoras
que se van apilonando estambre a juro de quererlas tanto
en el corazón de uno -atapusado hasta el antojo con su amor.