“Pero eso de ver un hombre deformado por los golpes […]
Tenía una sensación de rabia, compasión, pena infinita,
falta de justicia”
(Parada 2013: 30)
Chile, desde sus preceptos históricos más antiguos, se ha configurado como una sociedad binaria en que dos fuerzas en conflicto construyen y liberan sus ideologías para hacer que el otro – subalterno, marginado, disidente – asuma una posición redimida frente al poder. Es interesante ampliar el espectro y considerar que la sociedad chilena puede ser sintetizada en una escena de conflicto teatral permanente, donde muy pocas son las veces en que ambas fuerzas trabajan juntas. En este sentido, la historia y las dinámicas de la sociedad, consideran y confluyen en que uno de los puntos de concordancia donde los binarismos se unifican es la violencia, posicionándose como objeto de culto, la oportunidad más próxima para resolver cualquier conflicto, “vía de diálogo” curiosa en su anulación de la alteridad que fomenta la pertenencia a una colectividad agresiva, dañina y normalmente inconsecuente en su conocida mala memoria.
La violencia de género, mantengo este concepto al no existir ley de identidad, es y ha sido una de esas “costumbres” nacionales que se maquillan de simpatía en algunas propuestas familiares sin mediar el daño que causan, siendo ejercicios de discriminación velados por una crianza en que se fomentan lógicas y (pre)juicios de hombres y de mujeres donde lo diferente se desprecia.
De esa manera, lo extraño, lo instalado como monstruoso en su seductora abyección voyerista colectiva, genera las risas estertóricas de compañeros(as) que se burlan de los cuerpos del otro, de sus costumbres, de su posición económica, de su ascendencia religiosa, de su raza, de su orientación sexual y así muchas otras situaciones que van determinando la continuidad del discurso discriminador violento en la sociedad, en un cíclico proceso de formación que dificulta integrar la conciencia por el/la otrx, sobre todo al considerar que en los establecimientos educacionales y la política pública no desarrollan acercamientos relevantes en torno a la sexualidad y los Derechos Humanos.
En este diseño de dulce patria y de gobernabilidad cuestionada, pues en los últimos tiempos, especialmente desde el golpe, el concepto de ‘prioridad nacional’ ha desencadenado enviar al último eslabón de la cadena a algunos hombres y mujeres. Ellos(as), que también son parte de este país – chilenxs por nacimiento y/o migrancia – residen en un territorio que constitucionalmente no reconoce otras sexualidades y culturas[2], así como tampoco ha instalado la oportunidad de lo diverso como política pública, sino que aún transita con cuidado y temor en el diseño social, para no desestabilizar el conservadurismo neoliberal que sustenta el chile del mercado y el empresariado – como único partido influyente en el estado – para quienes mientras menos diversidad es mejor, pues, en lo más foucaultiano, es más fácil controlar.
Este contexto permite comprender que el libro de Jaime Parada lleve por nombre “Yo, gay”, pues, desde su sitio político-activista, asume una posición visible para decir a la sociedad que la homosexualidad es una de las formas de la sexualidad que debe naturalizarse como la heterosexualidad, en el entendido que la diversidad no tiene que restar ciudadanía a los sujetxs.
El autor ingresa y problematiza la situación sociocultural chilena de los últimos tiempos a través de un diseño de escritura que vincula lo testimonial/autobiográfico de su niñez y juventud con el activismo sociopolítico, centrado en su experiencia como participante y vocero del Movimiento de Liberación Homosexual (MOVILH).
Desde un yo homosexual se escribe este relato a través de la construcción de su identidad personal, su mundo privado-familiar, con aventuras y desventuras que lo llevan a incorporarse como profesional, sujeto sexual gay y activista, orientando la lectura desde diferentes temáticas que han marcado su crecimiento: El ser niño en una burguesía decadente, la soledad dentro de su núcleo familiar, ser distinto dentro de los cánones escolares (haciendo la salvedad que los niños(as) no discriminan, sino que ese discurso violento es heredado de la familia o de los amigos), la ceguera condicionada de una familia frente al abuso y los cuestionamientos del violentado por no dañar a su familia, las decisiones de un profesional joven que al vivir la violencia – evidenciada en el caso Zamudio y muchos otros que recibe el MOVILH – deja su sitio cómodo de vida por estar con la personas, incluso, volviéndose el primer concejal gay de la Comuna de Providencia.
La lectura se nutre, además, con textos periodísticos publicados en The Clinic donde se tratan diferentes temáticas relativas a la situación homosexual en Chile y el mundo; la influencia de la religión en un país que posee un discurso laico; las experiencias en las visitas al extranjero para vivenciar políticas públicas de inclusión social homosexual, entre otras.
Yo gay, es un texto que permite cuestionar(se), frente a qué hacer y hacemos como pertenecientes a esta sociedad. Es un libro osado, que trata con delicadeza los aspectos crudos de la vida del autor y es enérgico cuando se posiciona sobre la problemática de Chile en torno al género, estableciendo con claridad que lo prioritario es Ley de Identidad de Género y desde ahí se reconstruyen las posiciones y leyes de Matrimonio Igualitario e, incluso, los temas relativos a los hijos de familias homoparentales.
En definitiva, el libro de Parada Hoyl, asume una posición que transmite experiencias privadas y públicas que permiten ampliar la mirada de las instituciones chilenas, las dinámicas de la política nacional y la forma en que la gente hereda, asume, comprende y cambia su mirada con respecto a la homosexualidad.
“Esto no acaba con la ley, sino que comienza con ella.
El gran cambio está en la gente y que sea posible caminar por las calles, de la mano con la pareja, sin ser ajeno a ellas.”
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Jaime Parada Hoyl
Yo, gay
Parada, J. 2013. Yo, gay. Santiago de Chile: Ediciones B
[1]Este texto corresponde a un libro publicado en el año 2013. La significancia escribir sobre él dos años más tarde responde a la necesidad de visibilizar iniciativas socioculturales que permiten acercarse a la diversidad, visibilizarla, para así buscar diferentes formas que promuevan el cambio en las lógicas de pensamiento segregador de la sociedad nacional. Hoy, no muy lejos de la muerte de Daniel Zamudio, muere Marcelo Lepe en un nuevo crimen de odio. En Chile, ser diverso puede significar la muerte.
[2] Se entiende reconocer como amplitud de derechos de decisión individual y en Chile hay una tendencia al desarrollo legal con trasfondo biopolítico donde el concepto de diversidad – en su amplitud – pareciera no tener espacio. Aún está en trámite la Ley de Identidad de Género, el avance más considerable pueden ser las oficinas de no discriminación y de migración en algunos municipios, no más de veinte en el país, así como el Acuerdo de Unión Civil, medida de legitimación de parejas y convivencia legal que opera como una vía de acceso al matrimonio igualitario, entendiendo que éste último es de compleja aprobación en el diseño nacional.