Entre los tres mil huéspedes de este príncipe
¿quién de nosotros recuerda aún algunos de sus nombres?
Si no gozamos de la vida, simplemente seremos dignos
de la piedad de nuestros descendientes.
“En el Pabellón Meridional de Han Tan, mirando a las cortesanas”, Li Po
Una isla (1958), Cuadernos del destierro (1959), Preparativos de viaje (1964) y En plena estación (1966)
Me interesa el enfrentamiento de los escritores con la realidad, ya sean venezolanos o de otro países. Pero sólo quisiera reflexionar un poco sobre ese acercamiento en la obra de Rafael Cadenas y Gustavo Pereira, porque quizás son dos de las propuestas que mejor se han proyectado en la poesía venezolana, en cuanto a posturas éticas y estéticas ante la realidad, o irrealidad, durante la segunda mitad del siglo pasado y este en Venezuela. Para empezar, quizás es bueno recordar aquello que planteaba Jesús Sanoja Hernández (compañero de Cadenas en Tabla Redonda): en el prólogo a su antología de la poesía de Salustio González Rincones, Sanoja inscribe a Cadenas en una tradición del exilio en nuestra poesía, en la que lo anteceden autores como José Antonio Ramos Sucre y el mismo Salustio. Cada uno con sus particularidades casi divergentes, pero encontradas, como todo, en ciertos puntos.
El hecho es que me interesa partir de aquí por la sencilla razón de que de aquí parte la obra de Cadenas: Una isla y Cuadernos del destierro. Para mí, Cuadernos…, sin olvidar que formalmente es una narración, puede resumirse y prosificarse diciendo que es el testimonio de un hombre en el exilio de sí mismo y de un país y una ciudad (de sus ancestros) que en ese nuevo entorno oscilante entre la ficción y la realidad, buscando un nuevo lenguaje con el cual narrar su experiencia; el libro ya está anticipado temáticamente en Una isla. Esta realidad lingüística que crea el poemario es también una desmarcación del pasado y de los ancestros, el testimonio de un hombre que antes fue rey, ahora desvalido y en proceso de conseguir algo más en la vida circundante. Está de más notar la soberbia del rey que determina la posterior búsqueda despojada en su poesía. Por eso (ese exilio interno y anecdótico también) es que Sanoja ubica a Cadenas en esa tradición que él mismo observa en nuestra literatura.
Ahora, estableciendo un paralelismo con el primer libro de Gustavo Pereira, Preparativos de viaje, me sorprende la resonancia de las primeras líneas de los Cuadernos… de Cadenas y las del poema “Escribo tu nombre” de Pereira.
Dice Cadenas: “YO pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor”. Nótese que se escribe desde el desarraigo y la diferencia, la marca de alteridad, quizás, que porta la voz del antiguo rey narrador en el resto del poemario: “Pero mi raza era de distinto linaje (…) Era dable advertirla, hurgando un poco la historia de los derrumbes humanos, en los portones de las casas, en sus trajes, en sus vocablos”. En cambio, en la poesía de Pereira, se inicia una relación completamente diferente con el pueblo: “Aquí escribo tu nombre pueblo mío / Descubridor de todos los buenos sentimientos / Creador y magnificador / Verdadero y presente”.
En ambos poemarios, además, está por consiguiente expresada la relación del hablante (dos distintos a primera vista, pero ambos hundidos a voluntad en un lúcido delirio y a momentos la miseria) con la ciudad y el país. Así todo en abstracto y no hablando con nombres propios, porque es la relación que el sujeto-poeta establece con el país y la ciudad que subjetivamente procesa, así como todos nosotros a diario, ciudadanos como los poetas, procesamos de manera subjetiva y abstracta la realidad concreta que nos rodea en el país que habitamos por dentro y hacia afuera. Además, encontramos en ambas obras la idea de que el sujeto empírico, el yo que firma los poemas (Rafael Cadenas y Gustavo Pereira) son anulados al momento de la escritura y quien termina verdaderamente poniendo las palabras es un fuerza otra que posee.
En los Cuadernos… de Cadenas, la ciudad o, mejor dicho, la vida ciudadana, está en directa relación con el desdoblamiento del sujeto y por consiguiente su exilio de las tierras del amor y de sí mismo: “Una ciudad arrojandome del amor (…) Yo apenas sospechaba que había tierra, luz, agua, aire, que vivía y estaba obligado a llevar mi cuerpo de un lado a otro, alimentándolo, limpiándolo, cuidándolo para que luciera más o menos presentable en el animado concierto de la honorabilidad ciudadana”. Ese es el exilio de sí mismo, y sobre todo del cuerpo que es el alma, como dice Walt Whitman, ocasionado por la vida ciudadana. Y si bien habíamos visto en las primeras líneas una diferencia con el pueblo (también en abstracto), es este a su vez quien logra sacar a flote la voz del rey narrador en el exilio de la irrealidad: “Un pueblo aplastado por las pezuñas de la luna desentierra voces sepultadas por marejadas de exilio. Un adolescente oscuro mira desde un trono de luciérnagas el paso de las cebras como cordón de brasas. Pasa un elefante”. Esto podría tomarse en un doble sentido: como el exilio donde la irrealidad se realiza o como una tensión entre las voces exiliadas y la presencia de la naturaleza, a su vez asociada a lo exiliado.
También podemos verlo resumido en un verso de Pereira, aunque ya En plena estación: “Un árbol lleno de calles con semáforos”, del poema “Los ojos vacíos”, que precisamente termina: “Un país que amo / Un país que amo locamente / Un país que amo ciegamente”. Y ahí, ante esa situación, están las dos posturas filtradas por la subjetividad expresiva. Parece que en estos versos de Pereira resonara la voz de Antonio Arráiz diciéndole mala madre a Venezuela y que, a pesar de eso, él estaría adherido de amor a ella. Podemos decir entonces que, desde su inicio, la poesía de Gustavo Pereira se define como nacionalista apasionada, aunque también el hablante se fugue hacia el delirio o sentimiento de irrealidad propiciado por la patria y la urbe, como en el caso de Cadenas (¿no es también ese el delirio colectivo del país en que ambos viven internamente en sus primeros poemas, con sus semejanzas compartidas?). Quizás este último sea el tema del poema de Pereira en sus Preparativos…, “Ciudad que se retuerce”.
“Derrota” (1963), Falsas maniobras (1965), Hasta reventar (1966), El interior de las sombras (1968), Poesía de qué (1970)
La poesía de Cadenas se concentra cada vez más en la búsqueda del individuo, y el país y la ciudad apenas son un rumor al fondo, del cual el individuo se aparta para conseguirse. Ya esta postura se observa desde “Derrota”:
“que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable”.
No obstante, no los pierde de vista y en Falsas maniobras escribe “Beloved country”, donde quizás resuena algo del cariño por el país de Pereira; no nacionalismo. En la poesía de Pereira es al revés: el hombre está inserto en la ciudad y compartiendo con el pueblo que habita su mismo país, y no es sino hasta que comienza a avanzar en la escritura de su obra que empieza a preguntarse con más insistencia por el individuo (siempre inserto en ese país) y su relación con el idioma, pregunta esta última insistente también en la poesía de Cadenas. Como dice José Balza en un prólogo a una antología de Pereira: “interrogantes a la soledad individual, siempre extendida o moviéndose dentro de la colectividad”.
Otro punto de encuentro entre ambos es la búsqued del amor, y el sosiego, expresado estéticamente a través de un depuramiento, concisión y precisión del lenguaje empleado en el poema, pero sobre todo en la materialidad que este cobra y la agudeza con que (re)produce la sensación de realidad vívida. En “Un gran amor sobre la tierra”, de Hasta reventar, dice Pereira:
“Un gran amor sobre la tierra desde las alturas
infinitas que palidecen avergonzadas
Como dos amantes que únicamente poseen las manos
con que se entrelazan”.
Y desde los Cuadernos… de Cadenas ya venimos encontrando reiteradamente la figura de los amantes, y la relación de pareja, incierta a veces, del hablante con una mujer imprecisa y casi onírica, parte de ese sueño de la realidad revuelta contra la que el poeta se rebela y nos devuelve procesada. En el caso de Pereira estos poemas serenos parecen anunciar sus “somaris” y ser el resultado de un encuentro con la fuerza benéfica de las palabras. Dice apenas después de haber encontrado ese bello amor contra el que nadie puede hacer nada, en “Canción del hijo en el vientre” (el cual tiene algo también de su acercamiento posterior al mundo indígena):
“A través de tu estómago me llegan
las dulces palabras que me susurras desde arriba
madre que apenas conozco”.
Paso muy por encima de El interior de las sombras, apenas diciendo que es un libro donde Pereira consigue un lenguaje sólido y contestatario, realzando también allí el encuentro de los amantes (“Dos que se encuentran en la calle”), para pasar a Poesía de qué, libro en que, al igual que Cadenas, se despoja de las nociones de poesía y se entrega al descubrimiento de un lenguaje que manifiesta la vida. Este libro marca una emergencia de las que cosas de abajo hacia arriba (ese camino entre lo alto y lo bajo), que a su vez conlleva una difusión de la identidad en los espacios domésticos, como son también los de Cadenas en Falsas maniobras, y relacionada al cuestionamiento de la poesía. Ejemplo de lo primero es el “Somari” con epígrafe de unas palabras de Li Tai Po a Tu Fu y el “Autorretrato de la taza de té”. De otro modo, pero parecido, este cuestionamiento ocurre en poemas de Cadenas como “El monstruo” o “Reconocimiento”.
Al parecer es un momento donde ambas obras comparten si no una misma poética, al menos sí dos muy afines. Rafael Cadenas la continuó desarrollando de manera más fija e insistente que Pereira, y desde Falsas maniobras ya se anticipa a la escritura de su libro de ensayos Realidad y literatura (1979), aunque en algunos de sus poemas filosóficos más recientes esta claridad y concisión del lenguaje se encuentre en ambos frecuentemente.
Para resumir esta poética de alguna manera, podría decirse que es el ejercicio vital de acercarse a la realidad sin la niebla ciudadana que el mundo moderno pone entre nuestros sentidos y la vida psíquica, y los tratos con lo que se se encuentra afuera y por lo tanto pasa a adentro (como si uno viera a la calle a través de una ventana empañada por nuestro propio aliento); el lenguaje, en este punto, en vez de crear una realidad propia y cerrada y ajena a la externa que siempre se impone, y por lo tanto adentro, se convierte en una herramienta extra-artística para un nuevo encuentro del sujeto consigo y dicha realidad (como si con la manga de la camisa frotasemos un poco el vidrio empañado). Las angustias por las alienaciones humanas dejan de encarnarse falsamente en las palabras, desapareciendo estas a su vez como conceptos y pensamientos razonantes, y se abre el camino para que las palabras encarnen las formas de la realidad, “los firmes objetos”, como dice Cadenas en “Imago”.
Sin embargo, esta perspectiva también puede llegar a ser una idealización e irrealización de la realidad, dándole a ésta un sentido restrictivo y restándole su potencialidad plural.
Intemperie (1977), Memorial (1977), Amante (1983), Los cuatro horizontes del cielo (1973), El libro de los somaris (1974), El segundo libro de los somaris (1979), Tiempos oscuros tiempos de sol (1981)
Después de definir un poco el acercamiento a la estética y relación con las palabras encontradas por ambos en la primera parte de su obra, vemos que en estos tres libros de cada uno se encuentra una reflexión honda del “yo”, pero también muchas de las claves políticas en ambas obras y vidas: la manera en que cada uno se relaciona con su pasado, es decir, con los años 60´s y 70´s marcados por una revolución de las conciencias a nivel global y las cuales, precisamente en los años de publicación de estos libros, era “imperativo” mantener en movimiento, en estado de alerta. De modo que en estos libros están ya planteadas las posturas de ambos autores frente al chavismo, presentes en las líneas que esa fuerza que ellos mencionan dejó escritas en los libros firmados con sus nombres propios.
Empiezo con Los cuatro horizontes del cielo de Pereira. Desde el “II” poema de este libro ya vemos una de las inquietudes básicas, esa que mueve a su persona y forma parte de la fuerza que lo empuja ante la página en blanco y la realidad y dice:
“Calle vacía que recoge nuestros pasos
poco hemos hecho
Páncreas desnudo metido hasta el alma
poco hemos hecho
Ojo triste de nuestro interior
poco hemos hecho
Temblor que parte la última ola en huesos
poco hemos hecho”.
Hay un dilema ético en su poesía, como vemos: la acción; no sólo hacer cuerpo con el país sino hacer país con el cuerpo y por lo tanto el alma, trazar las líneas de la patria. Y esa tensión entre poesía y acción, ese “dilema”, como él mismo dice más adelante, es algo que va a estar presente en su propia vida y sus declaraciones. Como dijo Juan Liscano, en su poesía “lo ideológico sentido con autenticidad se armoniza con lo introspectivo propio y lírico”. Esta es la razón por la que, como dice Balza: “la invocación al cambio social, a la justicia inmediata e histórica, saltó de sus propios versos a la situación del país a partir de 1998, cuando formó parte de la Asamblea Constituyente, en la cual redactó el ‘Preámbulo’ para la nueva Constitución. Aparece allí la palabra cultura como un derecho absoluto del pueblo venezolano”. Esta preocupación había llegado, 25 años antes, a un punto crítico cuando escribe en “XII”:
“Y este país
que amo con rabia
y desprecio hasta adentro
Este país vasallo sediento y sin embargo apagado
Este país que carece del más elemental sentido de su interior
Este país detrás de las pequeñas iluminaciones detrás de los mitos que envuelve
También conforme a que lo pisen o lo degüellen
Este país que no tiene un punto fijo sino los cuatro horizontes del cielo
para perderse o para salvarse!”.
Se desprenden de estos versos el tema de la soberanía del país y la no dependencia de una “potencia extranjera”, la larga historia de los Estados Unidos y nuestro petróleo y la ciudad como hecho político que se va formando y engendrando dos mentalidades, dando pie al enfrentamiento político de ideologías divergentes. Y la otra cosa que se desprende es la de la propia identidad, que Pereira buscará yendo a nuestras raíces indígenas (otra similitud con Antonio Arráiz), lo cual forma parte importante del desarrollo posterior de su obra y de otro de sus mejores libros, Escrito de salvaje, en que resalta los contrastes del mundo moderno y la sociedad banal y de consumo estadounidense con respecto a la cultura y sabiduría de los pueblos originarios de América y otros países del mundo en otros momentos históricos. Puede decirse que aquí ya está traducida la postura política posterior de Pereira por esa fuerza que escribe su poesía, pero la cual la termina firmando él.
De igual manera, puede decirse que la postura ante la política de Cadenas ya se fija también en estos años (aunque esto puede complejizarse). En el mismo descrédito del pensamiento se inscribe su duda. En Memorial está manifiesta su atención ante el devenir de la realidad: “Escoge el mejor vino, el que transporta la intensidad, el vino de los atentos”, dice en “Reaparición”, lo cual pudiera extrapolarse a las experiencias del socialismo que ya en esos años eran puestas en entredicho por muchos intelectuales a quienes el velo de los intereses, o lo sentidamente ideológico, no se les había metido por los ojos. Además, podría verse en él una ruptura y reinterpretación de su pasado comunista. Dice Cadenas algunas cosas en su poema “El enemigo” de las que podríamos inferir esto:
“De pronto aparece en la puerta, como tallado, el acreedor.
Viene en busca de su salario. Tiende su mano izquierda desde la entrada, inmóvil. Los dos nos miramos sin comprender (…)
Mi costumbre es tomar su bando. Le permito que hable por mí.
Me convierte en plato de su odio (…)
Sí, me usa para sus fines, que también se vuelven contra él (…)
Siempre firmé sus acusaciones, sus ataques sorpresivos, sus listas de agravios (…)
Sí, siempre a mi acusador lo encontré más eficaz, y a su casuística atroz sólo podía oponerle unos ojos inmóviles”.
Son dos miradas sobre un posible proyecto de nación que encarnase gran parte de las ideas de esos años de su juventud, y que si bien aquí se presentan como dilema no concreto en la realidad inmediata también pudieron servir a sus autores como entrenamiento para un futuro enfrentamiento del panorama político y la postura ante él.
Cuando Gustavo Pereira ganó el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora en 2011 fue entrevistado por Aporrea. Y en esa entrevista volvió una y otra vez sobre el peligro de la burocratización en los países donde el socialismo se ha intentado, porque para él la corrupción se trata de un asunto cultural, en el que el arte y la cultura son útiles herramientas de solidarización y sensibilización con el prójimo. En la entrevista lanza un argumento, mencionando a Cadenas, que resume todo lo dicho hasta el momento. Sin embargo, en toda la entrevista se siente una tensión de Pereira, quizás presintiendo cierto fracaso de la revolución en el plano de los servicios públicos burocratizados.
La poesía -dijo en la entrevista- es un servicio público, y los poetas somos servidores públicos: nadie cobra nada, ni siquiera por publicar un poema (…) Yo soy uno de los privilegiados, de los afortunados que logró ingresar a una universidad como docente. Yo le decía a Cadenas, a Rafael Cadenas, hace muchos años: nosotros deberíamos sentirnos muy dichosos, cero tristeza (… a mí me encanta la alegría, a mí no me gusta la tristeza), porque nosotros tuvimos el privilegio, la fortuna, la suerte, de ingresar a la universidad, en donde tenemos un salario, en donde tenemos unas vacaciones, en donde al fin y al cabo tenemos un bono vacacional; tenemos hasta un año sabático, en donde uno sale a trabajar en lo que uno quiere trabajar. ¿Tú te imaginas mayor fortuna para un poeta? Qué privilegio. En cambio, el 90 % de nuestros queridos camaradas poetas están en una oficina, están ejerciendo los oficios más dispares para ganar el sustento, porque nadie le paga a un poeta para que publique.
Ese es el conflicto moral, político, que se mueve en su poesía entre el poeta y la sociedad que habita. En Cadenas, en cambio, un distanciamiento y cierto aire pesimista es quizás lo que lo preserva de implicarse en la posibilidad fallida de un cambio social eficiente, pues tal vez precisamente el distanciamiento le ayudó a ver lo que se avecinaba, sin dejar a un lado la gran y absoluta validez de los argumentos de Pereira. Otro de los peligros de esa moralidad respaldada siempre en “el peso de la historia” parece estar abordada en su poema “Inquisidores”. De todos modos, Cadenas también se ha adentrado en uno de los temas en los que se siente útil para el país: la educación.
Gestiones (1992), Vivir contra morir (1988), La fiesta sigue (1992), Escrito de salvaje (1993), Oficio de partir (1999)
Como es constante en buena parte de la poesía venezolana, los poemarios de vejez ganan una hondura filosófica calma y una apaciguada actitud reflexiva ante la vida. Lo mismo ocurre, por supuesto, en el caso de Cadenas y Pereira, desde donde podría hacerse a su vez un repaso de lo dicho y un recuento del ensayo aproximativo a sus obras y posturas ante un bien conocido (por ellos) país interno.
En “Entrevista” Cadenas recuerda la que Grazia Livi le hizo a Ezra Pound en la casa de su hija en Venecia, donde
“En sus últimos días
el viejo poeta
llegó a la Gran Incertidumbre
(…) pero a lo largo de la conversación
sí se observa entre líneas un dilema: el arte
es ofrenda
o vanidad”.
Quizás resulte interesante el hecho de que directa o indirectamente la poesía de Pound está presente en la poesía de Pereira, muchas veces en un gran interés por la poesía china y su sensibilidad y relación el lenguaje y la vida social. Un poema de Escrito de salvaje como “Con Li Po en el Festival de la Luna de Octubre” recuerda muchísimo aquel poema de Pound: “Carta de la mujer del mercader del río”. Pero en el de Pereira también podemos leer un conflicto que se plantea entre esa necesidad vital en su vida y obra por hacer país y el conflicto del artista entre habitar “la casa de los desposeídos” y empezar a habitar el palacio de los poderosos y príncipes soberbios.
Con el correr del tiempo, los emperadores chinos,
antaño poderosísimos príncipes, bajaron al fondo
de la historia y fueron pasto del olvido
(…) Una escultura de jade, un farol palaciego orlado en oro,
una taza de marfil, un bajorelieve con dragones,
la cabeza de un Buda o un fénix de bronce sobrevivieron
sin embargo al polvo y a las sombras,
como Li Po al olvido
(…) Con oro amarillo y trozos de blanco jade compramos
canciones y risas
y ebrios meses y meses
nos burlamos de reyes y príncipes”.
La única necesidad que tiene el artista de los poderosos es la de la subsistencia y la sensación de que “es sólo a través de estos que ellos pueden influir en la sociedad” en que están insertos. Enmendar los errores de la historia, para artistas intelectuales como Pound (quien quiso enmendar la usura de los prestamistas judíos y terminó apoyando a Hitler y a Mussolini, y luego juzgado por su país de origen, Estados Unidos) es, en la poesía de Cadenas, una muestra de soberbia y no el arte como ofrenda. Entonces, vemos que ese conflicto del artista entre la reflexión y la acción, en un país que por pensarlo de manera “intelectual” se complejiza en su interior, lleva a distintas resoluciones que se traducen en las actitudes de ambos poetas ante la realidad.
La poesía de Cadenas es el testimonio de una voz soberbia que se inicia internamente (en ese sentido soberbio) del lado de los reyes poderosos y con el tiempo se va decantando por la sencillez y la inmovilidad intelectual, asumiendo el flujo de la vida y la incapacidad para influir notablemente en la sociedad que habita y por lo tanto de enmendar los “errores de la historia”, barriendo esta noción (como puede verse su poema “Historia”, de Memorial): un aprender del error del Pound. En Gustavo Pereira, el poeta como “servidor público”, como sujeto que ofrenda lo que escarba en sí mismo y en los libros y seres que lo rodean, también está presente en su poesía, pero con el detalle de que esta se sale de sus versos y pasa al asunto público. Por ejemplo en “Adagio de la desconocida”, de La fiesta sigue.
“Pero yo no tenía en el alma nada que ofrendarte
salvo el agotado compás de aquella última canción que la
radio abandonada rastreó como un quejido
y que resuena todavía en la penumbra de una insulsa
habitación
de hotel”.
Así más o menos quedan planteados algunos encuentros y desencuentros de estas dos obras poéticas, de inestimable valor en el desarrollo de nuestra lírica, y los puntos divergentes y subjetivos que motivaron distintos acercamientos a la experiencia de la vida en relación al panorama político del país y la reflexión “intelectual”. Queda aquí el recorrido subjetivo por dos caminos país adentro, pero mejor llenar de vino el vaso.