Libertador, la más reciente película sobre la vida de Simón Bolívar, tiene mucho de ficción y poca rigurosidad histórica. A mi parecer, esto debería haberle permitido al guionista experimentar e imaginar aún más con ciertos episodios de la vida de este héroe venezolano (sobre todo el paso por los Andes). Sin embargo, el guión, por su carácter abarcador y proselitista, peca de debilidades. Da tristeza ver cómo una producción tan sólida (la fotografía, el vestuario, los lugares de rodaje, la cantidad de extras) se utiliza en un guión pleno de lugares comunes, diálogos poco trascendentes y una ansiedad por contar tantos episodios que le resta fuerza al intento de mitificar, aún más, la figura de Bolívar. Toda la primera parte de la película, la relación con María Teresa, sobra. En cambio, momentos tan peculiares e interesantes como la persecución al niño que se roba las botas, o el paso por los Andes, no se desarrolla con el tiempo que merece.
¿Qué intentan contarnos en esta película? Un público extranjero, o poco conocedor de la historia de Venezuela, fácilmente puede sentirse extraviado al no saber ni quién era Manuela Saenz o Antonio José de Sucre. Un público no conocedor saldrá con una perspectiva errónea sobre la historia de las luchas por la Independencia si toma la película como una representación fiel a la historia.
¿En qué estamos fallando? Pareciese que, al igual que en el siglo XIX, el romanticismo no nos ha abandonado. La imagen que nos deja la película es que somos una sociedad que seguimos añorando héroes y teorías conspirativas. Hacen falta guionistas que ayuden a superar el afán telenovelesco de las historias que se llevan a la gran pantalla.