Gerontofobia, de Domingo Michelli

A las cinco la gente sale del trabajo (en muchos trabajos) y si yo quiero ir de A a B, estoy bien jodido, y si no tengo la opción de no ir, estoy rejodido. Entro al metro, me parece increíble que una mujer con un koala venda más rápido que 2 tipos con máquinas ¿o no, o es lógico? Ella también es una máquina y las otras dos máquinas son de los 80s, ella se adapta, es como Termineitor. La cola para pasar por el torniquete es todavía más larga que cualquier otra cola, vas avanzando sin saber si setesán coleando o qué demonios pasa, sólo quieres pasar por el torniquete, sólo quieres (me lo repito) pasar-por-el-torniquete, como cuando eras niño y lo pasabas estilo limbo, el deporte nacional de ¿Jamaica? No, ahora te calas la cola. Cola para bajar por las escaleras, cola para hacer la cola loca (ahora en zig-zag) del andén. Claro, que llega el tren y la espiral se desintegra y con qué moral le vas a gritar ¡coleao! La cola es desde allá, no existe moral de metro, al carajo ese no le importa quémoral, él lo que quiere es montarse en el vagón y JÓDETE, jódete tú y toda tu familia… él se vamontar primero que tú porque no tiene escrúpulos, y sí, síguele gritando ¡abusador!, a él le sabe a mierda… Esperas, al próximo que llegará en 1 minuto, con la convicción de imitarle. Una vez que iba tarde, me lancé 8 pisos de un brinco en backside sin patineta y caí mal, me reventé el tobillo y arrastrándome por el andén no llegué al vagón, me cerró las puertas en la cara con su PUUUUUUUU, y un viejito me dijo o se dijo Muchacho gafo, romperse el pie pa’nada… pasa un tren a cada minuto, no vasallegar menos tarde, el mejor consejo, no mhe vuelto a romper un tobillo. Y bueno, pasó el otro tren un minuto después. Esperas un poco a que salga el primer chorro de gente, como buen usuario metro y luego entras pogueando para abrirte cancha, igual no vas cómodo, pa’ eso esperaste el otro tren… Esperas en tensión a que tiemple la ola de gente que va intentar entrar en el último momento, después del PUUUUUUUUUU. Sí, es medio de marinero, aspiras y empujas en sentido contrario a la ola y exhalas y gritas… Nuempujen nocaben más y esperas el segundo coñazo de la ola, el repique, hasta quel PUUUUUU gana y guardas fuerzas para la próxima estación. Es jodido ¿para qué pagar por un sauna? Se suda igual, quedigo: más y pior, claro, está el asunto de los olores… (Aunque imagínese: pasas el torniquete, te cambias de ropa, te pones unas cholas y entras en tualla a los vagones ¿genial?) Toda la experiencia del espá, es un asunto de asepsia, la gente paga es para que todo huela rico o no huela a nada, solemos subestimar el olfato, pero hay un montón de actividades urbanas que en cierta forma han sido parodiadas por los espás, exitosamente por el asunto de la asepsia. Pero ya va, quen un rato viene el cuento que les voy echar… Ajám, es impresionante la cantidad de sudor que absorbe el dorso de mi mano, y los tufos, siempre creo que es mi tufo, porque entre tantos tufos hay uno que se parece al mío, y me da pena y engarroto laxila, pero no, casi nunca es mi tufo, es el tufo de otro que alborota el recuerdo del mío. La gente se menea con la misma cadencia del peñero que rompe las olas, mueven la cabeza como bobos, y de repente un frenazo, una ola grande y todos se medio caen y se manosean. Sí, así debía ser el interior desos barcos cargados desclavos, con ese montón degente haciendo ese mismo movimiento torpe de cabeza. Cuando me doy cuenta que llevo rato haciéndolo, miro al techo, siempre hay un reflejo raro, una especie de aureola burrial, o quéséyo, es un destello de grasa, de sudor humano, de transpiración que cambia de color. La otra vista son las ventanas, pero eso era cuando era pequeño, cuando jugaba al limbo en los torniquetes y cantaba el nombre de cada estación, cuando me creía el conductor y disfrutaba caerme por no hacer caso y quedarme quieto, no entiendo por qué, tal vez recuerdo mal, pero antes, cuando era niño, el metro estaba casi siempre vacío, tal vez yo nunca me montaba en horas pico, pero recuerdo que iba con mi madre de punta a punta de la línea 1 corriendo de un lado a otro del vagón. Hay mucho del metro que implica quedarse quieto, como muertecito mientras te transportan bajo tierra. Hay mucho de sobrevivir al metro que implica asumir la muerte, no me extrañan para nada los metrosuicidas. Uno tiene que desarrollar una técnica de posicionamiento de pies para estar parado en el medio del vagón sin tener que agarrarse de nada, en el mismísimo medio con las manos sobre el pecho, inmóvil, esa es la verdadera forma de ir en el metro… Ahora sí viene el cuento, veo la aureola y algunas caras cansadas de la gente, ahora prefiero ver las caras cansadas para sentirme más de velorio… Nayuíta poraquí pofavor… nayuíta poraquí po-fa-vor… Ahora, volviendo a ese día, digo: Coño. Suenan boyas. Aletean los pajarracos marinos. Mierda, aletean. Nayuíta tenga labondá… nayúa. Es la misma maldita voz… Es ella… La exacta-misma maldita-voz delinfierno, la vieja. Una vieja, sucia y enferma, arrugada, decrépita, la vieja que me hizo darme cuenta de que odio a los viejos. Hay viejos panas y viejos dulces y viejitos cuchis y graciosos, pero lo demás, son sólo viejos, vergas zombies y odiosas, viejos de mierda, ¡viejos! ¡LOS ODIO! Y ésta, ésta era uno de los peores especímenes. La otra vez iba yo con unos panas y venía la vieja casi arrastrándose por el pasillo del vagón, pidiendo su ayuíta, sus moneas, sus bolivita… y yo, normal, yo acostumbrado a la mendicidad, a ignorarla. Pero entonces empieza a predicar un evangelio de la pobreza: porque los ricu teñen que aihudá los pobreh… eu tambéin… Hey.. momento… Con esas frases que no tenía tan ensayadas, con esas frases que transpiraban un decrépito resentimiento, desos de viejo (a secas) con esas frases horribles que pretendían obligarte a darle plata: reveló ese acento… ese jodido acento portu. ¿QUÉ? Mestás jodiendo… Una vieja mendiga portuguesa me va a venir a decir rico ¿RICO? ¿Dóndestán los ricos? Los ricos no van en metro… Menos en hora pico, los ricos… Nojoda, por qué no va y le pide al Rey de Portugal ¿Va venirme a mendigar en el metro? Eso sí ques nuevo, Venezuela: importando mendigos desde la colonia hasta el socialismo del Siglo XXI… Claro, muy bello, muy idealista-utópico-progresista… Bueno, eso fue ese otro día, ya no estoy con mis panas, ahora estoy yo solo en el barco desclavos y sigo escuchando layuíta… ya no predica su evangelio, pero igual me revuelve el estómago. Me volteo a la derecha y la veo, moviendo su mano periscopio, donde no se mueve un alfiler, la veo, arrastrándose entre los cuerpos con cadencia desclavos, nadando sobre el montón de piernas entrecruzadas, dando brazadas entre los brazos rotos y sudados, con una determinación de viejo, de viejo zombi, ciega, lentitud de tiburón despilberg… Y viene avanzando, derecho, en línea recta: haciamí. Nayuíta y calculo yo que faltan 30 segundos (tantas brazas si supiese de nomenclatura marítima) para que llegue la próxima estación, Nayuííítaaaa a mí me faltan dos, pero… pero coño que puedo caminar… Na-yu-ííííta, no puedo voltear a verla, porque es como un asunto dedepredador y presa, con los viejos y los mendigos, con los viejomendigos siempre es lo mismo, te ven, te ven que los ves y te jodes. Nah-yuíííííítaaa… ¿Y por qué coño nadie le da nada? Deberían darle, eso la detendría unos segundos… Ah, pero claro, la muy malagradecida (como la otra vez) ni te mira cuando le das algo… Juna..yuííííííííítaaaa, ¿cómo coño se abre paso tan fácilmente entre la gente? No entiendo, es como elástica la viejae’mierda, escurridiza, debe ser la mugre, las capas de sarro, que deslizan sobre el sudor de la gente, la ropa sucia, las arrugas que tienen –quéséyo– propiedades aerodinámicas Na-Nayuíííta pofavooo… Ya está a una persona de mí, la siento respirar cerca, el maldito metro que no termina de llegar… Señoh… eu… Señoo Nayuita pofavo… Me agarra el brazo, me agarra un costado también, tiene sus dos huesudas y sucias manos sosteniéndose de mí… es… es… asqueroso, repugnante, (insertar más sinónimo de náusea y dolor), es como si nunca me hubiesen tocado en mi vida y quema de puro asco, de obligación, de imposición, de patetismo Un bolivita… na monea… y me jala la franela, esta vieja es el diablo, tiene que ser el diablo, estoy bajo tierra y ella es el demonio que me recuerda mis pecados, que me recuerda que sentí asco al ayudar a mi abuela a bajar del carro, asco cuando cogí entre mis manos a ese bulto de carne vacío, hundido en su Alzhaimer, con su pie atrapado en el asiento de adelante, no sabía cómo voltearlo para liberarse, asco de ver el vacío en los ojos de esa señora que pacientemente me enseñó a leer, que me contaba historias y ahora me repugna que me bese, me da asco sentir su halitosis mientras me dice frases inconexas, acercando su cara a la mía, para que sienta su hedor, la mierda fresca en su pañal… Y me da rabia y ¡mierda! ganas de gritarle a esa maldita anciana portuguesa, y soltarme, que me suelte el brazo, que me suelte el costado, y quiero hasta pegarle, en “defensa personal”, sólo para sacármela dencima… ¿Teñe argo par me señó? Y en medio de todo ese asco y odio… un milímetro de casi ternu-No, no tengo. Las puertas del metro finalmente se abren.


Este cuento fue publicado originalmente en el primer número de Cantera.

Domingo Michelli (1987-2014), licenciado en Letras por la UCAB. Estudió teatro en el Instituto Universitario Nacional del Arte en Buenos Aires. Este relato pertenece al libro Tristicruel (2014), finalista del Premio Equinoccio de Cuentos Oswaldo Trejo 2012. 

Autor: Alejandro Arturo Martínez

Alejandro Arturo Martínez es candidato doctoral en la Universidad de Princeton (Estados Unidos). Licenciado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela) y Magíster en Ética por Universidad Alberto Hurtado (Chile). Su área de interés es la literatura, el cine y las artes visuales latinoamericanas contemporáneas.