Presentamos tres textos del libro Al trajo, trejo, troja, trujo, treja, traje, trejo, del escritor venezolano Oswaldo Trejo (1924-1996). Para el crítico Julio Ortega: «Oswaldo Trejo es el autor de una obra única. (…). Fiel a su naturaleza experimental y exploratoria, esto es, a la noción de que la narrativa no es una representación del mundo sino una reformulación de la escritura». Por su parte, el crítico Luis Barrera Linares indica que la cuentística y las novelas de Trejo «constituyen ejercicios permanentes en los que casi toda la esencia pareciera radicar en el lenguaje».
Raro, experimental, fragmentado e irreal. Términos que tratan de categorizar textos imposibles describir. Trejo es un autor olvidado, uno de mayores secretos de la literatura latinoamericana, que esperamos pronto sea recuperado y valorado como merece.
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Antes de la misa en re
A todas partes llegaba la noticia que alguna vez habría de darse, por ella recibida con naturalidad abajo, en lugar distante, visto desde la torre como maqueta blanca y movible hacia un lado cualquiera de la playa.
La noticia no formuló pareceres en morador alguno porque esperaban el espectáculo que diría quien, ya descendiendo de la torre, era sentimentalmente el único afectado. Tampoco la noticia le merecía ninguna conjetura. Bajaba. Fue solo en el lugar donde perdió aquella indiferencia que tanto sorprendió a quienes, apartándose para darle paso, formaron larga calle hacia las puertas, hacia la gran sala con la muerta.
– ¿Tú?
Donde soltó las lágrimas y vinieron los deseos de gritar, donde tuvo la certeza de que, en adelante, todo sería negativamente distinto después de aquella pérdida, ya para las referencias, las desorientaciones, las desataduras, dijo ¿tú?, a quien no estando más como lenguaje ni maneras le dejaba esa sensación de estar naciendo y de hallarse sin compañía alguna, a solas restando los más inhóspitos años de los pocos en haber
– ¿Tú?
Sensación y realidad integrándose de pronto donde olor de flores y tristeza de miradas ya lo hacían, obedeciendo también a eso los pasos todavía lejanos y los pasos dándose en el lugar y alrededores y, asimismo, las voces otras y las voces estas, la pena propia y la pena de familia aquí. Haciendo apartes, la otra pena, la del silencio, la del gesto, la del consabido “lo siento mucho. Dios les dará tanta resignación como dolores estamos llamados a recibir de su grandeza”
Desfilando ante los deudos y el dolido. Frases quiso constatar afuera. ¡Quien sabe!, tal vez alguien pronuncie otras. Se desplazó por entre las personas hasta encontrarse en la calle, dejando atrás el ataúd, en sitio mejor escogido, ahora más visible, contra la pared principal, alta, despejada de cuadros y retratos para el homenaje, todavía de miradas ausentes y miradas de quienes estaban, integrándose también a la mirada de la muerta.
Debía haber un límite entre sensación y realidad, separador de lo que podría ser la muerte de la persona más querida y lo que era la muerta más querida. ¿Quién o qué fijaba el límite? Lo supo en la calle, después de recibir imprecaciones, insultos, reclamos, amenazas, de personas que, a su paso, salían al encuentro mientras huía hacia la torre. ¿Qué decirles si nada sabía del por qué de aquella muerte? Avanzando sin temor, guardaba gestos y palabras inculpándolo, de aquellos a veces detenidos, a veces trás de él: Al final del recorrido, ¡viva lo esperaba!, como era y una vez la había dejado recostada a las paredes de la torre, mirando desde lo alto hacia el lugar, abajo, donde otra era la muerta, no la más querida. La más querida estaba del lado acá del límite.
Su rareza y la potencialidad de su escritura generan una serie de textos difíciles de catalogar y que rompen con la visión lineal o circular de la narrativa.
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Memorandum para cuando vuelva Dante
Dante Como te llames, con nombres entrando y saliendo de tu nombre, eras blanco en abanico, desplegado. Como lo llamen, era centro de todas las esperas. Como vayan a llamarte, eras reconfortante haber y tope de llegadas.
Y era alrededor bastante despejado hacia el que iban individuos ganando unos escalones; algunos se desprendían de los escalones, cayendo abajo para recomenzar, yendo a pararse detrás de aquellos individuos que en sendas filas, por lados opuestos, ya traspasaban horizontes, viniendo lentamente, nutriendo la aglomeración formada ante dos puertas impidiéndoles la entrada, por urgidos, forcejeando afuera, obedeciendo al mismo juego con sus leyes seguido también por los que estaban adentro, de saludarse, abrazarse, conversar, si se conocían entre sí; individuos todos, adentro o afuera, dejando por sentado el derecho de apuntarle a lo que fueras para obtener algún trofeo. Pero también eras máxima rigurosidad, enfrentándolos a competir por grupos, por parejas, o solos, como practicantes que eran de tiros al blanco.
Sabían de los mil pasos cuadrados, divididos en diez escalones de cien pasos cuadrados cada uno, cinco en un extremo y cinco en el otro extremo, por buenaventuranza alternativamente numerados en orden descendente, el décimo escalón del lado allá, el noveno del lado acá, y así sucesivamente, estando semejante tal extensidad convenientemente separada de un altísimo espejo, rodeándola. El canto de los escalones medía treinta pasos, habiendo escaleras rústicas para pasar de un escalón a otro. Parecían terrazas. Algunos individuos pretendían eliminar las escaleras, esconderlas, pero esto no era nunca permitido, evitando así inconvenientes pues muchas serían las dificultades y peligros en el caso de una evacuación: Todos caerían tan repentinamente como si el inmenso espejo se rompiera los pedazos del inmenso espejo si se rompiera, anticipando lamentaciones limitadas en el lado entero y mirón, ajeno al desastre más allá salidas del escalón donde se iniciara el desastre, entrando en el espejo circundante.
Escritas en grandes caracteres había frases en el canto de las terrazas los escalones, sacadas de la frase puesta en el décimo escalón, invisibles para quienes los individuos que seguían afuera, en fila antes las dos grandes puertas, tal vez por siempre.
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Ahí, en vez de en el lugar
Donde no había estado estaba, ahí, sorpresivamente ante el marco de la puerta. De extrañar tanto más ahí, en el umbral, que en el lugar mismo con altas, anchas puertas, innecesarias por estar siempre abiertas.
Los marcos de las puertas, visibles desde ahí hasta el final, acaso conduzcan al único lugar de las esporádicas llegadas donde la espera siempre juega a eso de llegará, no llegará, posiblemente llegue.
Sumado el tiempo de las esperas siempre largo en el lugar de las no llegadas, donde solamente aparece de vez en cuando, tanto más inesperado resulta que haya estado ahí en el umbral. ¡Ahí estuvo! ¡Ha estado ahí, ante el marco de la puerta!
Acaso por donde vino sea por donde va, pero de frente hacia acá, como si volviera hacia el marco de la puerta, ese ahí, ese ante el que estuvo. Se aleja con lentitud tal vez impuesta por la manera de hacerlo o, acaso, porque entre marco y marco de las puertas exista una gran distancia que obedezca a las dimensiones de las salas que atraviesen, donde ellos sean el centro. Acaso, también, ese ganar las puertas encienda lámparas, ilumine las salas por momentos, nuevamente a oscuras cuando llega a otra puerta, a otro marco.
La luz concluye cada vez para las salas, deja de ser hasta donde llega. ¿Cuándo habrá de terminar el recorrido? Acaso sea cuando no pueda verse más, tal vez muy pronto, cuando sólo se sepa de un punto de luz y nada de las salas ni de los marcos de las puertas, todavía perceptibles. ¿Serán? ¿No serán? Ya casi desaparecen. Quien fue quien dijo que cuando la luz no sea más habrá llegado, que entonces será cuando habrá de sonar una sirena o algo parecido para que vuelva desde Constantinopla hacia el lugar, el de siempre, el único donde sus llegadas son ocasionales, tal vez aquel lugar donde la luz muera, definitivamente.
Ahí, también estuvo. ¡Ahí, ante el marco de la puerta! Ahí.
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Oswaldo Trejo (1980), Al trajo, trejo, troja, trujo, treja, traje, trejo,
Caracas: Monte Avila Editores.
Antes de la misa en re, pp. 27-29
Memorandum para cuando vuelva Dante, pp. 43-44
Ahí, en vez de en el lugar, pp. 87-88