Poemas por Edgar Loredo

PARÉNTESIS

 

Cuando la ventana anticipa al cielo,

de un salto se apropia del amanecer

y forma un marco amarillo

que lustra los días, suaves y puros,

sin angustias que alrededor empañen,

y cuelgan como aretes,

infinitos y aun cuadrados,

listos para correr por sus esquinas

como un juguete que repasa su origen,

su dorada época.

 

Habrá de colmarse el espacio de lo que tú imagines:

del azul regalo del acróbata,

del trapecio que abarca los asombros,

del cuerpo al dudar entre dos límites

o del desplome de tu aliento sobre la pista.

Habrá de agotarse luego el espacio;

las salidas al fin habrán de retirarse,

se alejarán los contornos en negra espiral,

para dejar sólo un páramo de voces,

cuyo llamado nos aturdirá como campana sin vuelo,

úvula que oscila fúnebre

y dará vueltas sobre su blanda punta

hasta borrar al hombre del próximo tañido.

 

Luego será el caos el sillón mullido donde aguardes.

Así que deja la asfixia por un momento

y ensancha los brazos hasta abarcar la vida,

porque se aproxima la tormenta de espadas rutilantes,

y han de brotar, enmarañados, tus jardines

para robar las encías de la tierra.

Habrás entonces de colmarte de un musgo

más pesado que cualquier lápida,

mortaja húmeda, a ras del mundo.

 

URNA DESPROVISTA

 

No es arena sino cenizas

lo que mis dedos recogen

del metal y su despojo sin brillo,

férreo como eslabón,

oprimente como una celda vacía.

 

Se vuelve un frenesí la carne,

un abismo que nunca cesa,

arrebatándonos,

frágil como un índice

que se quiebra al señalarlo

y queda a merced del error,

sujeto al mandato de las manecillas:

alfileres del hambre.

 

Emerge de lo profundo

un ruiseñor que rasguña

el ámbito de la madera,

gutural desde las entrañas al viento,

cuyo retorno alado anuncia lo inerte,

el filo de la exhausta flecha.

 

Tras abandonar su curso

las horas caen sobre rendijas,

inútiles y con pesada cautela,

cuyo fulgor se desdibuja

conforme la ciudad corre sobre un blanco fondo.

 

Ante el soplo, los latidos enmudecen;

se desploma el pasado

y a tientas se acude a la memoria,

después de merodear en el barro,

tras asomarse a la retina del cristal

y hallar lo estéril apuntando a lo próximo.

 


Edgar Loredo (Ciudad de México, 1988), autor del poemario Cardinal (2015). Cuentista en ciernes. Corrector de estilo ocasional en algunas editoriales mexicanas.