Presentamos una selección de poemas de la escritora salvadoreña Miroslava Rosales.
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la venida de lo incierto
pequeño pero estoy para abrirte el libro de los astros carbonizados y las anémonas de mar que muy pronto tendrás que descifrar con tu lengua con tus pequeños dedos aún limpios con tus lágrimas la sinfonía de victoria que hayas aprendido en la infancia será sepultada en el momento menos esperado todo aquello que te acobija será destruido y ya no habrá más mano que la tuya para desenterrar los miles de muertos detrás de ti para que descubras las ruinas que ocultan la bestialidad pequeño cosmos cómo he podido traerte a este silencio que solo es interrumpido por los tiroteos en las calles los aullidos las protestas las miles de detonaciones por segundo y las sirenas de las ambulancias y las alarmas de los almacenes y los lamentos de las mujeres de blanco que besan la última palabra de sus hijos después de una fiesta que solo era víspera de una tormenta de navajas sin vencimiento hay tantas partículas de miedo diseminándose por la atmósfera en esta ciudad erosionada olvidada de una mano tierna que la eleve una mano que acaricie su cuerpo sin belleza (son bonsáis los decapitados en las plazas y nadie se asusta las mujeres abren sus piernas a los lobos y nadie las recuerda) pequeño estoy aquí con mis manos a punto de caer a un pozo de escorpiones con mi cabello sin la vistosidad de los peces y los arcoíris he caminado tanto sobre la herrumbre y los sótanos que mi voz ya no es de la textura del cielo ni de la plata ni de un manantial turquesa no entono la esperanza ni tengo monedas en mi corazón para darte de ofrenda ni los girasoles tejen mis sueños con delicadeza apenas puedo contarte esto que sabrás muy bien cuando crezcas cuando al fin puedas entrar a lo incierto porque afuera solo encontrarás una estación de escarcha para tus pies una estación donde tendrás que aprender a dormir a levantarte a entrar a ascensores ilusorios a ser un habitante más con un código de fabricación y volver cada día tan rígido como acero a tu refugio amor pequeño entre mis brazos balbuceas y te pareces tanto a un gorrión envuelto de claridad a pesar de tanta sangre tanto lamento que se extiende como células malignas y aun así sos la hierba verdísima de un extenso patio que ha recibido tantas veces la lluvia te arrullo te beso como las olas a las piedras sobre la arena negra pero no durará mucho tiempo mi cuido y entonces del paraíso solo quedarán los huesos en la alcantarilla de la memoria
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variaciones de la ciudad
hablo de la ciudad construida por los muertos, habitada por sus tercos fantasmas, regida por su despótica memoria Octavio Paz, en Árbol adentro
muchacho esta ciudad mi úlcera la raíz más amarga entre mis dientes puñal entre mis piernas la venerada virgen en los altares de la política la digerimos lentamente en la mañana con el tráfico y el smog y la bachata y el chillido de los noticieros la vomitamos luego de cada borrachera cerca de la lotería o por el parque san josé o la zona real el jolgorio con pílsener y mujeres con lentejuelas y pirotecnia en los corazones la sorbemos en el añejo bella nápoles es un cuerpo canceroso cuyas vértebras se van fracturando la pega para los hambrientos la cárcel para los que buscan la detonación de las palabras más inconformes (estoy sola y soy un cedro en este infierno) un cocodrilo me podría degollar en la esquina más inesperada en la estación de autobuses inservibles a la salida de un centro comercial así mi nombre pararía en un cementerio clandestino junto a miles de desaparecidos los que una vez cantaron el himno con orgullo en las escuelas parecidas a las ratoneras y que elevaron plegarias en las iglesias hoy clausuradas por los terremotos de la lujuria la ciudad no es piadosa con el cascajo con el recién nacido abandonado en la neblina ni con la joven atropellada frente a las harpías de las cámaras de televisión ni con los vagabundos y las prostitutas que colman su pequeño vientre como fetos enfermos ni con los jardineros que cuidan del espíritu ni con los drogadictos de las aceras que se acumulan como promontorios de basura las manos a cualquiera podrían cortarles en esta ciudad si se entregan a los girasoles y a la contemplación de las cordilleras acariciadas por el atardecer para luego venderlas en las carnicerías o servirlas en los banquetes de los pobres (bien en un orfanato) en esta ciudad le disparan al corazón más necesitado de brisa y armonía al más necesitado de bailes y frutos al más necesitado de caricias de violines y delfines es normal encontrar cabezas colgando de las lámparas o de los árboles o rodando en los parques como pelotas de fútbol (un deporte muy divertido) en esos parques los columpios ya no albergan las risas ni la vivacidad de árboles amarillos ni el encanto acaricia su grama que una vez sirvió a los enamorados sabes muchacho los habitantes de esta ciudad bajo el techo del excremento devoran las mujeres con fiebre y alcohol y entregan su sangre a las alcantarillas no hay aurora capaz de darnos esperanza muchacho la pequeña ciudad el cadáver que todos los días cargamos en silencio
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Erika
¿Dónde quedó tu Nicaragua tu risa juguetona parecida a una discoteca a un verano de abundantes mangos y sin plaga a mañana de alondras en la ventana a una ráfaga de espléndidos pericos? ¿Dónde el cielo sin cerco eléctrico sin vigilantes a su entrada? ¿Dónde el mar y sus olas de caricias? ¿Dónde las margaritas para la ciudad (homicida con el pequeño con el que busca un pan con el que se consume como un cirio)? Es este país el boleto a la muerte la cárcel en deterioro progresivo para tu sexo devorado diariamente para tu corazón con 28 disparos para tu sinfonía nunca escuchada Nadie sabe tu verdadero nombre virgen vos en el carnaval de los lobos en este fétido hacinamiento en esta colmena de cocaína Serás un día «cadáver no identificado»
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la cárcel
erika un diminuto roedor de una cárcel del pacífico olvidada moneda roja Erika corría en la casa con piso de tierra de una nicaragua remota como niña que desconocía las aves rapaces y los aguijones y la herrumbre sabía de la risa de las cometas de los mangos en el mercado bajo el sol de verano de la luna besando las mareas de su cabello tan negro como un caballo salido del petróleo su canto poco a poco se volvió el cernícalo de un edificio abandonado muy brevemente conoció la miel y las mariposas de la mañana que vestían el corazón de su madre (ahora reza por su hija desaparecida) trabajaba en el manguito día a día abría sus piernas a los leones de las calles más calurosas y se consumía en los torbellinos de la cerveza el crac y la cocaína en la gangrena de sus clientes y en el manguito una casa del centro de la ciudad nadie le besaba con el cuidado que se le da a un jardín dar plegarias a su corazón sin allegro hoy abandonado en una cárcel del pacífico
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Fotografía de Le-Mars.