Ramón Palomares encarnó y verbalizó, es decir, dio cuerpo en las palabras a las circunstancias ideológicas, políticas, económicas y sociales de su generación, tanto en Venezuela como en la mayor parte de América Latina, marcadas por el abandono de las zonas rurales del interior para insertarse en una vida ciudadana interna y externamente.
En Caracas formó parte del grupo Sardio, con quienes publica su primer libro, El reino (1958). Ya desde ese momento estaba prefigurando lo que iba a ser su obra poética: un retorno físico e imaginario a su Escuque natal, para finalmente decirle adiós. El gran mérito está en haber objetivado con una sensibilidad particular esa experiencia en el lenguaje, revelando un estado de conciencia especialmente sensible en el que la bondad y la comunión con el entorno y sus seres son determinantes, además de recrear y detenerse en el decir andino en sus poemas.
Palomares tiene, en ese sentido, gran interés dentro de los actuales estudios lacanianos, amalgamando el lenguaje a las condiciones personales subjetivas y las externas colectivas, a través de un estado de conciencia. Es, para los poetas latinoamericanos contemporáneos, y de otras latitudes, un maestro dignísimo de estudiar e imitar con modestia y admiración. Su influencia en escritores consagrados, como Cristina Falcón Maldonado, por ejemplo, también es inmensa.
Salvador Garmendia ya había señalado que los países latinoamericanos fueron divididos de manera arbitraria. Y por eso, cada retorno al pueblo perdido tiene un ambiente y un lenguaje particular, como es el caso de Palomares. En estas diferencias, la experiencia poética de la realidad se vuelve un punto de encuentro entre este y otros autores de su generación y las siguientes, más allá o a pesar de las certitudes políticas e ideológicas divergentes. La patria en la obra de Palomares es el retorno a una aldea interna, que se encuentra, como dice Riley cuando habla de la Arcadia, en “la introvertida mente de los amantes”, entre la realidad y la irrealidad.
Y hoy, a pocas horas de la muerte del bardo andino, Ramón Palomares, uno y plural, nuestro y de todo el continente y el mundo, es necesario oír el eco del lenguaje musical de sus poemas, que corre por un pueblo de otro tiempo, como el frío río cristalino de la conciencia por el que todavía nadan las truchas de su legado.