Tres poemas de José Watanabe

Presentamos tres poemas del escritor peruano José Watanabe (1945-2007).

La oruga

Te he visto ondulando bajo las cucardas, penosamente, trabajosamente
pero sé que mañana serás del aire.

Hace mucho supe que no eras un animal terminado
y como entonces
arrodillado y trémulo
te pregunto:
¿Sabes que mañana serás del aire?
¿Te han advertido que esas dos molestias aún invisibles
serán tus alas?

¿Te han dicho cuánto duelen al abrirse
o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación
y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?

Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire
y tal vez mirándote las alas no te reconozcas
y quieras renunciar,
pero ya no: debes ir al aire y no con nosotros.

Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba.
Haz que te vea,
quiero saber si es muy doloroso el aligerarse para volar.
Hazme saber
si acaso es mejor no despegar nunca la barriga de la tierra.


Sala de disección

Un cadáver puede provocar una filosofía del ensimismamiento,
sin embargo los estudiantes, admirablemente,
estaban entusiasmados con su muerto,
lo rodeaban
y discutían con fervor la anatomía de ese cuerpo de piel coriácea.
Yo aprendía otra lección:
la vida y la muerte no se meditan en una mesa de disección.
Los estudiantes me previnieron
que iban a extraer el cerebro. Permanecí con ellos:
a veces soporto lo siniestro sin perturbarme demasiado.
No hay sofisticación instrumental para retirar un cerebro,
una modesta sierra de carpintero
cortó el cráneo a la altura de las sienes,
luego sumergieron el órgano místico en un frasco lleno de formol.
Yo me dediqué a observarlo, solo, en otra mesa
mientras los estudiantes seguían cotejando su denso libro con el muerto.
Sorpresivamente
una burbuja brillante brotó del interior del cerebro
como un mensaje venido de la otra margen,
y no había boca que lo pronunciara.

No había boca

La burbuja, muda, se deshizo en ese aire levemente podrido.


La ranita

Duermes, mi complacida. Y veo
con qué perfección, equidistancia y malicia
se disponen en tu cuerpo tendido
tus yemas de gusto

concupisciente.

Ahora tus yemas están dormidas,
pero cuando están despiertas provocan muchas ocurrencias.
La que más provoca es tu ranita lúbrica

llamada clítoris.

(Entre las hojas de los trópicos
he visto ranitas coloradas, miniaturas
de carne húmeda
que se contraen o se adelgazan

y nadie las comprende

porque son temperamentales

como las muchachitas humanas)

Tu ranita no late contigo, tiene vida propia
pero no puede deleitarse sola.
La desmesura de su deseo
haría estallas su minúsculo cuerpo. Necesita
extender su gozo
en un cuerpo grande como el tuyo,

y así sobrevive,

convidándote placer.

Antes de tu sueño
viene siempre un ángel plumado y casto
que peina tu piel y censura
a nuestra ranita.

Es que nadie la comprende.

Sólo yo.

Autor: Alejandro Arturo Martínez

Alejandro Arturo Martínez es candidato doctoral en la Universidad de Princeton (Estados Unidos). Licenciado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela) y Magíster en Ética por Universidad Alberto Hurtado (Chile). Su área de interés es la literatura, el cine y las artes visuales latinoamericanas contemporáneas.