Conversamos solo una vez hace diez años
pero esa charla todavía perdura
como quien hace el amor, siendo todos los encuentros
una continúa prolongación del primero
así son nuestras charlas, nos encontramos a tomar un café,
a beber dos copas de vino, y de un momento a otro
nuestras lenguas se desentienden de los dos
se agotan en el juego del parloteo
y cada tanto hacen pausa,
cuando están a punto de despedirse, de cerrar
el diálogo, de coser el círculo que explica y previene
la próxima conversación, se arrepienten,
retroceden espantadas, se refugian en el caparazón de la garganta
y se someten al invierno de las lenguas
aguardan cautelosas, deshilvanan las palabras
las lamen como si fueran, carne de la otra
lengua amada
se preparan para la siguiente charla
que para ellas no es otra sino la misma, la gran charla de las lenguas, cuando nos volvemos a encontrar y te intento agarrar la mano
mi paladar no logra contener a la prisionera,
vislumbra la punta de la otra y retoman el juego,
se desbordan en un baile continuo, transpiran la danza
nunca se tocan ni siquiera se raspan
como si los fonemas que escaparan por sus puntas
corrieran presurosos al encuentro
para abrazarse y amarse en el aire
y eso bastara para dejarnos satisfechos
Publicado en el segundo número de Cantera.