CINCUENTAYCINCOAVO ANUNCIO
A mi prima Paula de la Rivera Pizarro
“Recuerdo un gran silencio que yo tuve, una batalla azul contra mis signos”
Fernando Gonzales Urizar
Yo soy la mendiga de sombrero de papel negro
Llevo miles de matamoscas conmigo
Por mis largos vestidos cafés se puede concluir
Que vengo desde las llanuras
Precedida por el prestigio de la ráfaga-matamoscas.
Al verme llegar todos me señalaron
Lo vocearon por todas partes
Una turba de niños y ancianos me envolvió en una alfombra
Me llevaron ante la emperatriz
Y al desenvolver la alfombra
Yo rodé por los suelos hasta llegar a sus pies
No tardo en dar su veredicto
Mando a que me encerraran en una ráfaga
Logré escaparme gracias a una tribu de escalofríos
Después la turba de niños y ancianos logró alcanzarme.
Me llevaron otra vez donde la emperatriz
Y mando a que extendieran alfombras sobre las llanuras.
Mi forma de caminar ya no fue la misma
Esta vez mi castigo fue ser la mujer de un ciego
Ebria le hablaba durante las noches
A su lado yo tenía una obligación de tallo.
Pero este hombre ciego cierta noche y sin verme
Ni haberme tocado nunca
Solo por mi forma de caminar
Solo por mis pisadas en la alfombra
Adivino que yo venía precedida
Por el prestigio de la ráfaga-matamoscas
Por el prestigio de una tribu de escalofríos.
Una noche de negras nubes vimos esa turba de niños y ancianos pasar
Perseguidos por miles de moscas.
Ebria le hablaba todas las noches,
Ebria también en mi obligación de tallo,
Y a pesar de ser el un ciego
Yo escondía mi mirada bajo mi sombrero de papel negro.
Pasaron muchas noches
La turba de niños y ancianos era menor
Las moscas se habían multiplicado.
El ciego por primera vez me toco
Todo mi cuerpo tembló en su obligación de tallo
Solo quería saber o medir el largo de mi vestido café
Y por el largo de mi vestido café
Adivino que mi herida habló por todos los relámpagos,
Que todos los derrumbes son mi corona,
Que todo en mi da al invierno.
Y muy tristemente concluyo:
“Que abriesen lo que abriesen dentro mío
Todo en mi da al invierno”.
La turba ya menor de ancianos y de niños
Retiró y guardó todas las alfombras.
Yo dejaba que el ciego volviera todas las noches a medir el largo de mi vestido café
Yo estaba a punto de abandonar mi obligación de tallo
Una tribu de escalofríos encerró a la emperatriz en una ráfaga
Gritó sin ser escuchada
Hasta que las moscas la cubrieron totalmente.
El ciego llego a saber demasiado de mí
Se envolvió solo en una alfombra
Y sucumbió sobre una llanura
Después yo seguí mi camino.
NOVENTAYUNAVO ANUNCIO
A Juan Enrique Piedra buena Ruiz-Tagle
“Perdí tu tempestad, gané el olvido”
Luis Oyarzun
Vas subiendo por las arterias de tus padres
No puedes hacer más blanco este desarraigo
Si puedes ocultar la fecundación
Y el exceso de esas arterias bajo topacios sórdidos.
Subes a juzgar a tu padre,
Apartándote de su ecuación amarga,
Reconoces a sus otros hijos,
Sobre todo a uno de ellos
Aquel vidente cubierto de hiedra que yace relegado en un catre
Con todas las maldiciones de la caverna en la garganta.
Te está llamando,
Esta implorando ese cimiento de niebla que te desposo tantas veces.
Su voz no ha cambiado,
Es la misma de esos tenores cartilaginosos que en sus sillas mecedoras
Cantaban al amanecer, despertando a los caballos.
¿Qué puede cantarte hoy, con las maldiciones de la caverna en la garganta?
Quizás esta salmodia que se escucha
A medida que vas subiendo o ocultando
Afirmándote en lo que aún tiene de raíz el día.
Son excesivas estas arterias,
¿Juzgarás a tu madre por eso?
Querrás también ocultar esa boda de tigres ácidos bajo topacios sórdidos
Nunca te darán la otra mitad del instrumento
Ni siquiera cuando te vean llegar herido por las ramas.
Tus padres aparecen en cualquier parte,
Como ese oxido que extorsiona a los demonios
En vano vas lijando, paredes, manillas, y catres
¿Vas a juzgar a los demás hijos, por lo que aún tiene de raíz el día?
Subes por las arterias de tus padres
Con una torpeza de bosque das vueltas vasos, y ánforas
Todo eso cae paganamente al cimiento de neblina que los desposara a todos.
Esta hiedra sube hasta la garganta,
Allí se da vueltas,
Allí se enrolla,
Nunca se apacigua alrededor de una garganta
Que tiene las maldiciones de la caverna.
Tú nunca te apaciguas en el exceso de estas arterias
Miras el sol sin pestañear hasta quemar tu vista
Y metes a toda la parentela en la boda geométrica
Donde deberán mirarse frente a frente con los tigres sin pestañear,
Hasta que el sol se esconda,
Quizá debas ser tu quien deba estar relegado en un catre
Pero no eres vidente,
Jamás la hiedra subirá por ti
Eres ese desarraigo que no se puede hacer más blanco
Alguien que ocultó la fecundación de su madre bajo topacios sórdidos.
Alguien que puso ánforas y vasos debajo de la ecuación amarga.
Ni siquiera cuando llegues herido por las ramas
Te darán la mitad del instrumento.
Los caballos se despertaron, corrieron, se desbocaron
Levantaron en su carrera
Algo semejante a un cimiento de niebla.
Allí juzgabas a tus padres diciéndoles
“oh sujeten mi sueño al borde de todos los órdenes y transparencias”.
Alguien con una maldición de caverna en la garganta cantaba en una silla mecedora
Cantaba la canción de los túneles viciosos
Tanto de su propia oscuridad, como de la luz que entra en ellos.
Tú sigues subiendo por las arterias de tus padres
Ni siquiera cuando llegues herido por las ramas,
Te darán la mitad del instrumento.
Ellos nunca ellos te lavaron de ese oxido que extorsiona a los demonios
Nunca lijaron paredes manillas y catres
Siempre ese oxido medio entre tú y el amanecer de las cosas
Ahora tampoco te lavaran, con juicio y condena encima.
Te harán mirar sin pestañear un retrato
Oculta el exceso de las arterias bajo topacios sórdidos
Ese es al parecer el desarraigo que no puedes hacer más blanco
Aun cuando un cimiento de niebla te despose.
Rodrigo Verdugo Pizarro (Santiago de Chile. 1977). Miembro del Grupo Surrealista Derrame y Secretario del Pen Chile. Ha publicado los libros de poesía Nudos Velados (2002) y Ventanas Quebradas (2014).