Poemas de Eduardo Chirinos

Esta mañana falleció el poeta peruano Eduardo Chirinos. El reconocido escritor publicó en vida los libros El equilibrista de Bayard Street (1998), Abecedario del agua (2000), Breve historia de la música (Premio Casa de América de Poesía, 2001), Escrito en Missoula (2003), No tengo ruiseñores en el dedo (2006), Humo de incendios lejanos (2009), Mientras el lobo está (XII Premio de Poesía Generación del 27, 2010), 35 lecciones de biología (y tres crónicas didácticas) (2013), Medicinas para quebrantamientos del halcón (2014), entre otros.

Derrota del otoño

Aquí no es bienvenido el otoño.
                                                       Nadie lo espera
a la orilla de ningún río melancólico
que esconda en su cauce los secretos del mundo.
El otoño reina en otras latitudes.
Allá lejos, donde los ciclos se cumplen, allá lejos
donde envejecen y renuevan las metáforas.

(El sol se hunde en un verdoso charco
donde flota, solitaria, una hoja de laurel).

Pero esta tarde no ha llovido. Las hojas
se aferran a sus ramas,
heroicamente luchan contra el viento
y en la noche celebran la derrota del otoño.

No saben que las hojas que caen son las escritas
y el árbol un seco y callado poema sin estrías.

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Junto a la tumba de Salinas

Un pequeño saurio atraviesa la tumba de Salinas,
husmea el óxido que mancha la blancura del mármol
y se oculta rápidamente entre la hierba.
Entonces lo contemplo.
Qué de besos perdidos frente al mar,
qué de labios bebiendo sus gotas azules,
qué de cielos nunca hollados, fortalezas
donde el amor se rindió a los abrazos de nadie.
Nadie, Salinas, buscando entre sombras un cuerpo desnudo,
nadie en las palabras que alguna vez ardieron por nosotros.

Yo también me enamoré con tus poemas.
Ellos sabían lo que habría de ocurrirme, me leía en ellos,
pero tú plagiaste mi vida, la dignificaste, la hiciste del revés.
¿Mereces entonces el perdón?
Ahora que estás bajo un cielo verdadero,
devorado por los insectos de la tierra, pronombre
encadenado a la carne de unos besos que yo di por ti,
te ofrezco estas flores.
Acéptalas,  Salinas, como un homenaje de quien quiso creer
y vivió feliz en el fecundo engaño.

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Bisontes

Antaño los bisontes manchaban la llanura
de un claro y suave marrón.

Sus pezuñas hollaban sin miedo esta hierba.
Era su casa. Su vasto
dominio que nadie se atrevía a profanar.

Los veranos
migraban hacia el norte donde el sol se apaga.
Los inviernos hacia el sur
donde languidecen las estrellas.

Camino a Montana he visto bisontes.
Lejanos y míticos bisontes aguardando una
            estampida,
un estrépito de pájaros, un canto de guerra.

Si hubo algún Dios en estas tierras
debió tener cara de bisonte.

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Okapi herido de muerte

Desde hace años me persigue ese título
«Okapi herido de muerte».

Debo haberlo leído de niño.
Hojeando las páginas de un álbum,
o las figuras de un libro de animales.

Guardo conmigo la escena.
El zarpazo felino
                               un fondo de acacias
y el terror de la víctima
tratando de huir, inútilmente.

Raro animal el okapi.
Indeciso entre cebra y jirafa. Temeroso
y nocturno, en peligro de extinción.

Cuando fui a verlo al zoo de Berlín
se acercó desde la página remota
y me dijo en secreto:

«aún estoy herido de muerte».

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El gato y la luna

When two close kindred meet,
What better than call a dance?
W. B. Yeats

El gato de mi vecina arquea su lomo
como el arco de la luna.
                                         La luna
relame sus bigotes como gato
y llora por un platito de leche.

Mi vecina ve televisión
(pero no llora)
y se desliza furtivamente por la hierba
inventando pasitos de baile.

Micifuz o Minnaloushe
                                      la luna
me tenderá esta noche su mano
y yo le diré (con los ojos cambiantes):

«Oh lo siento, no me gusta bailar».


Selección tomada de OtroPáramo