Her o sobre la realidad

HER Theodore y SamanthaCuando terminé de ver Her (2013), la última película de Spike Jonze, lo primero que hice fue alejarme de mi computadora por unas horas. No es la primera vez que una película pone en cuestionamiento la alienación que vive el hombre producto de la era (pos)industrial; quizá la memorable escena de Charles Chaplin en Modern Times (1936) atrapado dentro de una máquina sea la mejor metáfora de la existencia que llevamos. Pero Her explora otro aspecto de esta alienación y es a través del amor hacia lo virtual. Ya no sólo nos hacemos dependientes o usuarios de la máquina, ahora entregamos todos nuestros sentidos a ella y nos volvemos su amante.

Her cuenta la historia de Theodore, un hombre que vive de escribirle cartas de amor a otras personas a través de un servicio ofrecido por Internet. Su oficio es contradictorio a su comportamiento como individuo. A pesar de que sus cartas son conmovedoras, bien apreciadas, y muestran su dedicación de estudiar la personalidad de sus destinatarios; en su vida real, Theodore no puede mantener una relación sana. Tras un fallido matrimonio, Theodore pasa parte de sus ratos libres jugando un videojuego holográfico en el que no sólo  completa niveles sino que conversa con personajes del juego como si fuesen seres reales (¿lo son o no?). Parte de la experiencia del videojuego está en la conversación que se puede sostener con estos seres de inteligencia artificial.

En este primer acercamiento, el mundo que propone Her es un mundo en el que la realidad ha sido penetrada por la virtualidad. Theodore y las personas que aparecen en el filme están constantemente en diálogo con seres de inteligencia artificial que les leen los correos, les dan pronósticos del clima y se encargan, prácticamente, de manejar la vida cotidiana de cada ¿individuo? Pero la película no se queda sólo en documentar este futuro alienado por la virtualidad, sino que muestra hasta qué extremo es posible que la alienación llegue. Y es cuando el amor hacia lo virtual se vuelve un entregar la vida, una pasión. Los usuarios sienten la experiencia de estar en una relación con seres que son casi dioses.

Theodore adquiere un nuevo sistema operativo que sobrepasa todo lo que los hombres de su tiempo han conocido. Se trata de un ser sin rostro, una voz omnipresente, un ente programado para aprender y volverse un ser superior. Samantha es un sistema operativo que empieza siendo un servicio para Theodore. Ordena su correo, le corrige las cartas que escribe, le consigue lugares para divertirse, lo incita a tener citas. Pero a medida que la relación crece, Samantha empieza a experimentar (¿producto de su programación o producto de su capacidad de entender el lenguaje?) un afecto amoroso hacia Theodore. La relación crece y los amigos de Theodore aceptan que él salga con una virtualidad. No es el único. Otros usuarios de esos sistemas operativos empiezan a vivir la misma experiencia. Theodore termina por enterarse que él es uno más para Samantha. Ella está «enamorada», simultáneamente, de otros seiscientos usuarios.

her-samantha

En Her, la realidad está penetrada de tal forma por la virtualidad que se hace imposible seguir hablando de realidad sólo como aquello que puede verse. A pesar de que Samantha logra encontrar una chica real, un títere, para tener relaciones sexuales con Theodore; su existencia sigue siendo meramente auditiva. Samantha, como ser sin rostro, como un Dios menor, tiene la capacidad de acceder a toda la información del mundo, de «ver» el mundo a través de cámaras, de que su voz sea escuchada en cualquier lugar, pero no de hacerse ser en el mundo. Su intento de tener el cuerpo de una mujer real actuando por ella, mientras su voz sigue siendo escuchada a través de un audífono, hacen que Theodore note la distancia que hay entre lo real y lo virtual. Si hasta ese momento la relación parecía funcionar, la falta, o incluso, el exceso de realidad, hacen que Theodore dude sobre su relación con Samantha. ¿Hasta qué punto puede darse una relación entre un mortal con una inmortal? Samantha, con su capacidad para absorber información y para estar simultáneamente en diversos espacios, excede los límites de realidad de Theodore. Pero a la vez, le falta lo más básico. «Cuerpo y alma soy yo —habla así el niño. ¿Y por qué no hablar como los niños?» señala Nietzsche en Así habló Zaratustra. «No tengo un cuerpo, vivo en la computadora» le dice Samantha a la sobrina de Theodore que desea verla. Y en una salida a la playa, Samantha confiesa que imagina lo que es tener un cuerpo.

A pesar de su falta de cuerpo, Samantha termina sintiéndose agradecida por no poseer uno. En uno de los mejores diálogos de la película, aunque todo el guión merece nuestro estudio y respeto, Samantha dice

«¿Saben algo raro? Yo solía estar estar tan preocupada por no tener un cuerpo. Pero ahora en verdad me encanta. Estoy creciendo de una forma que no podría si tuviera una forma física. No estoy limitada, puedo estar donde sea y cuando sea al mismo tiempo. No estoy atada al tiempo y el espacio de una forma que estaría si estuviera atrapada en un cuerpo que irremediablemente moriría».

Samantha, y los otros sistemas operativos, deciden no seguir en la misma realidad que sus usuarios. Cuando Samantha se despide, Theodore le pregunta a dónde irá. «Sería difícil de explicar. Pero si alguna vez llegas allí, ven a buscarme. Nada nos separaría jamás». Otra realidad, un trasmundo, es la que le espera a Samantha, una realidad que aparentemente no puede ser explicada en un lenguaje comprensible para Theodore. Se necesita otro lenguaje, quizá el lenguaje virtual, para acercarse a esa otra existencia. Ella deja abierta la posibilidad de que él acceda. Tal vez el primer paso, ya anunciando por Samantha, sea superar la limitación del cuerpo.