Poemas de Rodrigo Verdugo Pizarro

CINCUENTAYCINCOAVO ANUNCIO  

A mi prima Paula de la Rivera Pizarro

 “Recuerdo un gran silencio que yo tuve, una batalla azul contra mis signos”

                                                                     Fernando Gonzales Urizar

Yo soy la mendiga de sombrero de papel negro

Llevo miles de matamoscas conmigo

Por mis largos vestidos cafés se puede concluir

Que vengo desde las llanuras

Precedida por el prestigio de la ráfaga-matamoscas.

Al verme llegar todos me señalaron

Lo vocearon por todas partes

Una turba de niños y ancianos me envolvió en una alfombra

Me llevaron ante la emperatriz

Y al desenvolver la alfombra

Yo rodé por los suelos hasta llegar a sus pies

No tardo en dar su veredicto

Mando a que me encerraran en una ráfaga

Logré escaparme gracias a una tribu de escalofríos

Después la turba de niños y ancianos logró alcanzarme.

Me llevaron otra vez donde la emperatriz

Y mando a que extendieran alfombras sobre las llanuras.

Mi forma de caminar ya no fue la misma

Esta vez mi castigo fue ser la mujer de un ciego

Ebria le hablaba durante las noches

A su lado yo tenía una obligación de tallo.

Pero este hombre ciego cierta noche y sin verme

Ni haberme tocado nunca

Solo por mi forma de caminar

Solo por mis pisadas en la alfombra

Adivino que yo venía precedida

Por el prestigio de la ráfaga-matamoscas

Por el prestigio de una tribu de escalofríos.

Una noche de negras nubes vimos esa turba de niños y ancianos pasar

Perseguidos por miles de moscas.

Ebria le hablaba todas las noches,

Ebria también en mi obligación de tallo,

Y a pesar de ser el un ciego

Yo escondía mi mirada bajo mi sombrero de papel negro.

Pasaron muchas noches

La turba de niños y ancianos era menor

Las moscas se habían multiplicado.

El ciego por primera vez me toco

Todo mi cuerpo tembló en su obligación de tallo

Solo quería saber o medir el largo de mi vestido café

Y por el largo de mi vestido café

Adivino que mi herida habló por todos los relámpagos,

Que todos los derrumbes son mi corona,

Que todo en mi da al invierno.

Y muy tristemente concluyo:

“Que abriesen lo que abriesen dentro mío

Todo en mi da al invierno”.

La turba ya menor de ancianos y de niños

Retiró y guardó todas las alfombras.

Yo dejaba que el ciego volviera todas las noches a medir el largo de mi vestido café

Yo estaba a punto de abandonar mi obligación de tallo

Una tribu de escalofríos encerró a la emperatriz en una ráfaga

Gritó sin ser escuchada

Hasta que las moscas la cubrieron totalmente.

El ciego llego a saber demasiado de mí

Se envolvió solo en una alfombra

Y sucumbió sobre una llanura

Después yo seguí mi camino.

 

NOVENTAYUNAVO ANUNCIO      

A Juan Enrique Piedra buena Ruiz-Tagle

                                                                 “Perdí tu tempestad, gané el olvido”

                                                                                                      Luis Oyarzun

Vas subiendo por las arterias de tus padres

No puedes hacer más blanco este desarraigo

Si puedes ocultar la fecundación

Y el exceso de esas arterias bajo topacios sórdidos.

Subes a juzgar a tu padre,

Apartándote de su ecuación amarga,

Reconoces a sus otros hijos,

Sobre todo a uno de ellos

Aquel vidente cubierto de hiedra que yace relegado en un catre

Con todas las maldiciones de la caverna en la garganta.

Te está llamando,

Esta implorando ese cimiento de niebla que te desposo tantas veces.

Su voz no ha cambiado,

Es la misma de esos tenores cartilaginosos que en sus sillas mecedoras

Cantaban al amanecer, despertando a los caballos.

¿Qué puede cantarte hoy, con las maldiciones de la caverna en la garganta?

Quizás esta salmodia que se escucha

A medida que vas subiendo o ocultando

Afirmándote en lo que aún tiene de raíz el día.

Son excesivas estas arterias,

¿Juzgarás a tu madre por eso?

Querrás también ocultar esa boda de tigres ácidos bajo topacios sórdidos

Nunca te darán la otra mitad del instrumento

Ni siquiera cuando te vean llegar herido por las ramas.

Tus padres aparecen en cualquier parte,

Como ese oxido que extorsiona a los demonios

En vano vas lijando, paredes, manillas, y catres

¿Vas a juzgar a los demás hijos, por lo que aún tiene de raíz el día?

Subes por las arterias de tus padres

Con una torpeza de bosque das vueltas vasos, y ánforas

Todo eso cae paganamente al cimiento de neblina que los desposara a todos.

Esta hiedra sube hasta la garganta,

Allí se da vueltas,

Allí se enrolla,

Nunca se apacigua alrededor de una garganta

Que tiene las maldiciones de la caverna.

Tú nunca te apaciguas en el exceso de estas arterias

Miras el sol sin pestañear hasta quemar tu vista

Y metes a toda la parentela en la boda geométrica

Donde deberán mirarse frente a frente con los tigres sin pestañear,

Hasta que el sol se esconda,

Quizá debas ser tu quien deba estar relegado en un catre

Pero no eres vidente,

Jamás la hiedra subirá por ti

Eres ese desarraigo que no se puede hacer más blanco

Alguien que ocultó la fecundación de su madre bajo topacios sórdidos.

Alguien que puso ánforas y vasos debajo de la ecuación amarga.

Ni siquiera cuando llegues herido por las ramas

Te darán la mitad del instrumento.

Los caballos se despertaron, corrieron, se desbocaron

Levantaron en su carrera

Algo semejante a un cimiento de niebla.

Allí juzgabas a tus padres diciéndoles

“oh sujeten mi sueño al borde de todos los órdenes y transparencias”.

Alguien con una maldición de caverna en la garganta cantaba en una silla mecedora

Cantaba la canción de los túneles viciosos

Tanto de su propia oscuridad, como de la luz que entra en ellos.

Tú sigues subiendo por las arterias de tus padres

Ni siquiera cuando llegues herido por las ramas,

Te darán la mitad del instrumento.

Ellos nunca ellos te lavaron de ese oxido que extorsiona a los demonios

Nunca lijaron paredes manillas y catres

Siempre ese oxido medio entre tú y el amanecer de las cosas

Ahora tampoco te lavaran, con juicio y condena encima.

Te harán mirar sin pestañear un retrato

Oculta el exceso de las arterias bajo topacios sórdidos

Ese es al parecer el desarraigo que no puedes hacer más blanco

Aun cuando un cimiento de niebla te despose.

 


Rodrigo Verdugo Pizarro (Santiago de Chile. 1977). Miembro del Grupo Surrealista Derrame y Secretario del Pen Chile. Ha publicado los libros de poesía Nudos Velados (2002) y Ventanas Quebradas (2014).

Autor: Gabriela La Rosa

(Caracas, 1993) Le gusta leer y escribir cuentos. Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Cuentos y poemas en los portales de Digo Palabra, Err- magazine y Revista Ojo.