La palabra familia termina con S.

Un libro con diseños de mosaicos, de esos pequeños y complejos de limpiar, como si en medio quisieran guardar la historia que se resiste a ser higienizada por el cloro gel y la mentira del líquido de pisos con hedor a lavanda que en realidad es a cochayuyo. Diseño de azulejos de casas viejas que hoy en día se cambian por modernas palmetas de cerámica mate antideslizante. Sobre esa textura, propone Fabián Casas, leer las formas de constitución de la familia, más bien del plural ‘familias’ – que se agradece -, diseñado como un trayecto al que cada sujeto aporta, resignifica y produce múltiples sentidos que permiten comprender que no existe sólo una versión del concepto.

Cuarenta textos que montan la reflexión sobre las experiencias que se generan en los espacios familiares, diversas zonas hogareñas, los recuerdos, así como los desafíos que sitúa el destino frente a los sujetos que ven complejizada permanentemente la concepción familiar, incentivando diferentes formas para comprender cada giro que altera al grupo en diferentes temas: Trabajo, sustento, confianza, muerte, dolor, incomprensión, frustración, entre otros.

La propuesta del texto evidencia la diversidad propia de cada familia, en el entendido que es una construcción colectiva, donde se organizan las individualidades. Para esto, el libro articula diferentes géneros que permiten, por una parte, complementar diferentes estrategias expresivas, pero también ofrece al lector distintas oportunidades de ingreso al texto con las cuales sea posible complejizar los diseños de familia: Familia/prioridad, Familia/sufrimiento, Familia/traición, Familia/amigos(as) y otros, desde la angosta línea autobiográfica.

En continuidad con lo anterior, Casas, establece miradas genealógicas en las reflexiones de los(as) subjetividades que intervienen en sus textos, donde abuelos(as), padres, madres, hijos(as), nietos(as) dan claves del contexto en que les ha correspondido aportar a la construcción familiar o han sido permeados por su crianza[1]. En este sentido, formula categorías puente entre las generaciones que permiten desplazarse entre ellas, incluyendo la música, el teatro, la literatura y el cine.

La colectividad[2] y la herencia – más bien cultural que material – se entroncan como rasgos fundamentales en ese cuadro familiar, haciendo que los participantes construyan la convivencia y la promuevan. Así, cada personaje representativo aporta al diseño de familia: el ingenio del abuelo para los negocios, la actitud emprendedora del padre[3], la observación permanente y el juicio de la madre[4], las aventureras vidas de las tías, aparecen en medio de un ambiente culturalmente intenso entre haikus, lecturas de El club de la pelea y El principito, referencias a Beckett y conversaciones veraniegas con Pedro Lemebel.

Relatar la familia es complejo y el autor lo evidencia. Desde la escritura es posible detectar que existe una aproximación permanente al recuerdo que desea tener un orden, pero es alterado por las anécdotas. Es recurrente la expresión “voy a hablar de él [ella/algo) más adelante”, demostrando una ansiedad por no dejar fuera a alguien o algún detalle que rememora, nombrándolo para considerarlo posteriormente.

Entonces, ¿Cuál es la razón de esa ansiedad o es, tal vez, la insistencia autoimpuesta de una responsabilidad testimonial para recordar todo en el relato? ¿Qué responsabilidades y atenciones son las mediadoras para establecer una política del recuerdo familiar?. El autor adelanta una respuesta al considerar el diálogo y la interacción como fundamentales dentro del proceso de construcción, adecuación y comprensión de los diseños familiares.

Familias es un texto que propone lecturas diversas para evidenciar características disyuntivas y formular puentes intergeneracionales que instalen la comunicación en la base de lo que se presenta como familia desde la consciencia y experiencia de los(as) personajes, pues “lo que se pudre y forma una familia”(Casas 2015: 41) existe cuando media el olvido.

Desde esta lógica, relevar la pertinencia de los versos del poema ‘suena el teléfono y me despierta” es fundamental, pues señala: “Suena el teléfono y me despierta. Es mi padre. / Quiere que vaya a visitarlo. […] /pensaré algunos temas para hablar mientras comemos / porque no me gusta, / no me parece bueno, / quedarme callado cuando estoy con mi viejo”(Casas 2015: 44), en el entendido que, en algún momento, la vejez y la muerte intervendrán la comunicación familiar de manera permanente o, de acuerdo a las creencias de cada colectividad, puede ser reformulada en otro plano.

Referencia

Casas, Fabián. Familias (La vuelta del salmón). Santiago: Lecturas Ediciones. 2015.

familias-casas

[1] Con respecto a esto, se menciona que “creo que este carácter popular de mi abuelo marcó a mi papá y después modeló a mi familia” (Casas 2015: 21)

[2] “Mi casa siempre estuvo repleta de amigos del barrio de mi viejo y de las amigas y familia de mi mamá. Después los amigos míos y de mi hermano formarían parte del elenco estable” (Casas 2015: 22)

[3] El narrador destaca que “fue boletero, tallista, recepcionista, representante de artistas de variedades, vendedor a domicilio de guías de viajero, etcétera” (Casas 2015: 23)

[4] “En la parte de atrás de mi casa se alzaba la cocina. Centro de inteligencia desde donde mi vieja monitoreaba los destinos de toda su familia […]” (Casas 2015: 30)

Disclaimer: La fotografía de Fabián Casas pertenece a LaTercera.com.

Autor: Dámaso Rabanal Gatica

Doctor © en Literatura - Becario CONICYT - y Magíster en Letras, mención Literatura (Pontificia Universidad Católica de Chile); Licenciado en Educación, Profesor de Castellano y Comunicación y Magíster en Didáctica de la Lengua Materna (Universidad del Bío-Bío); Diplomado en Estudios de Género (Universidad de Chile). Sus intereses investigativos están relacionado con el estudio de la cultura a través de la  Educación, la Literatura, el Género y los Derechos Humanos.