Cuento: Ironías

Tomó un trago amargo del vaso que sostenía entre sus manos, amargo como la vida que dejaba atrás en cada trago. El alcohol le dio las fuerzas que le faltaban, y una a una fue ingiriendo las pastillas que hacía ya un mes había comprado esperando el momento indicado para hacerlo. Cada pastilla que ingería era una mentira, un engaño, una desilusión, una enorme parte de su corta y trágica vida. Mantenía su postura erguida hasta ese último momento. Había arreglado su habitación, lo único que desentonaba eran las sandalias de charol negras tiradas en un rincón. Había pasado tanto tiempo que ya ni sabía como había empezado todo, tampoco quería recordarlo. Lo único que importaba era como iba a terminar.

Nunca fue dueña de su vida, cada paso que había dado sentía que lo daba simplemente porque alguien así lo había predispuesto. Incluso en los momentos en los que más cerca había estado de esa ilusión a los que algunos llaman libertad, parecía que la fuerza del destino la llevaba al camino que debía seguir. No creía en el destino, eso era lo irónico, pero de todas formas no importaba, su vida entera era una eterna ironía, parecía más muerte que vida. Ser dueña de su propia muerte era la única posibilidad que tenia de sentir un soplo de libertad. En todo esto pensaba mientras una a una ingería las pastillas. Le había dado muchas vueltas al asunto, pero sabía que esta vez no iba a arrepentirse, no tenía sentido hacerlo. Arrepentirse involucraba volver a su patética existencia; existencia en la que no era absolutamente nadie, tal vez simplemente la sombra de alguien más.

No recordaba ningún momento en el que hubiera sido feliz, ningún momento en el que hubiera reído con ganas. Mil y una vez había sonreído por mero compromiso, pero por motivos tan falsos que hasta ella no se creía. En realidad no era cierto, hacía mucho no reía, pero lo había hecho mucho, antes de que él se fuera. Cuando él estaba, ella de verdad había sido feliz. Pero no quería pensar en eso ahora, él no iba a volver, no había forma de que lo hiciera. Y desde que él se había ido, ella se había quedado completamente sola en compañía de su soledad.

Una vez que terminó el frasco, se recostó en la cama. Ni una lágrima corría por su rostro. No había ninguna señal en su cuerpo que mostrara lo que se acercaba. Vestía su mejor vestido, olía a su mejor perfume. Todo lo que le había faltado de libertad, le había sobrado en orgullo, y al menos eso quería mantenerlo hasta el último segundo. Quería que su orgullo y la libertad se chocaran de frente, quería demostrarse a sí misma que ella podía elegir. La elección ya estaba hecha, solo restaba cerrar los ojos y esperar que la última ironía de su vida llegara. La única elección que había hecho en su vida la estaba llevando a no poder elegir nunca más.

Lucía Domínguez